El 11 de julio El Supremo viajará a la ciudad de Washington para explicarle al presidente Biden cómo controlar la inflación mundial y para anunciarle que ha iniciado “la campaña de que se desmonte la Estatua de la Libertad porque ya no es símbolo de libertad”.

Como suele jactarse de que él viaja “como un ciudadano común”, supongo que ya se habrá metido a la Internet a comprar boletos viaje redondo en rigurosa clase turista en la aerolínea Delta, que es la que le gusta, y a la que ha presionado para que use el aeropuerto Felipe Ángeles y para que le compren el avión presidencial, ambas cosas en balde.

“¡Basta de fantochería! ¡El poder es humildat!”, ha dicho El Supremo Ciudadano Común al pregonar que él viaja como todos y demostrando que es impermeable al narcisismo. Claro, esto del ciudadano común no es del todo cierto, pues se ha reportado que acomodarlo a él y a su comitiva donde a ellos les gusta obliga a cambiar de asiento a otros ciudadanos comunes, con objeto de que el más común de los ciudadanos quede junto a la puerta de emergencia, por si se ofrece salvar a quienes así lo requieran.

Todo indica que los ciudadanos comunes celebran ese despliegue de humildat. Una vez el senador Ricardo Monreal celebró como “inimaginable” ver al presidente “caminar por los filtros usuales de migración y aduanas, un mandatario que, por vez primera en la historia de México, viajará en avión comercial como cualquier ciudadano o visitante”.

Bueno, tampoco es del todo cierto. Al aterrizar en EUA los pilotos ordenan a los pasajeros quedarse inmóviles mientras entra a la cabina un oficial que se dirige al Mandatario, le dice “¡Basta de fantochería!” y le ordena que lo siga. Y en lugar de responder “¡El poder es humildat!” y esperar su turno entre los comunes, él obedece y se baja, seguido de su comitiva común y sus ayudantes comunes.

Va a ser latoso su vuelo, si no se cancela por el clima adverso o la crisis de personal. Y el regreso será peor… Después de explicarle a los gringos cómo controlar la inflación y cómo desmontar la Estatua de la Libertad, deberá lograr un taxi hacia el aeropuerto de Washington, nuevamente hacer las largas colas de migración, quitarse los zapatos supremos para la inspección de seguridad, tener suerte y salir a tiempo.

Y luego viene llegar a México, y que el avión haga cola para poder aterrizar, y que el piloto se asegure con sus binoculares de que en la pista no hay un Volaris rejego; y luego cola para que le den “posición remota”, y aguantarse media hora oyendo chillar niños y respirando virus porque el piloto ya apagó la ventilación; y luego hacer cola para bajar del avión y subirse al camioncito que hará cola para llegar a la terminal; y luego la larguísima cola para cruzar migración, y la larga espera para que reaparezca su equipeje y luego el marino aéreo que le ordene abrir la maleta y luego la cola para salir por donde dice “NADA QUE DECLARAR” donde una elemento le pedirá que declare dónde abordó y que muestre su pase de abordar para dejarlo salir; y luego la cola para comprar viaje del taxi y luego…

En fin, que habrá pasado más tiempo en trámites en tierra que en su asiento en el aire y se habrá metido una buena friega de ciudadano común, pero con humildat. Todo sea por la Patria. Habrá derrotado a la inflación mundial y habrá desmontado a la estatua. En una de esas, hasta podría aprovechar para comprar la estatua como fierro viejo que vendan, cambiarle la antorcha por un barril de petróleo y mandarla poner en la refinería de Dos Bocas…

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