Los reporteros del diario El País Beatriz Guillén y Zedryk Raziel publicaron la semana pasada un reportaje contundente: la demostración de que 209 de las 456 páginas de la tesis de doctorado de la ministra Yasmín Esquivel son plagios literales de libros de una docena de juristas de seis nacionalidades.

Así pues, quizás para retumbar y hacer sonar el aristocrático grado de doctora, y no ya sólo el pequeño-burgués de licenciatura, la ministra se graduó también en el arte del plagio-collage de categoría internacional. Y en serie, pues algunos de los plagios son tan graciosos que si el autor original remite a un previo libro suyo y escribe “véase mi libro”, la ministra pasante escribe lo mismo, robándose así no sólo el que tiene enfrente sino los aledaños.

Algunos de los plagiados manifestaron su irritación. Miguel Carbonell declaró que se trata de un “doble plagio”, pues no sólo fue robado su libro sino también los 15 años de investigación que le tomó documentarlo y bibliografiarlo. A la pasante le tomó 15 minutos de copy-paste para alzarse con un doctorado y meterse adentro de una toga. Y es que, al plagiar, el pillo (o la pilla) se roba no sólo el texto, sino el tiempo, la carrera, los desvelos y los afanes de quien escribió el original, es decir, suplanta la personalidad académica de su víctima y, de pasada, parte de su vida.

Dos expertos en derecho que revisaron la tesis sin saber quién era la (dizque) autora concluyeron lo mismo: no es una tesis “de autoría propia” sino un plagio. Ambos solicitaron que no se diesen a conocer sus nombres “por temor a represalias”. Es comprensible, pero también lamentable: es precisamente para combatir a quienes imponen represalias que no hay que temerlas más. En el ámbito académico se supone que la verdad prevalece sobre lo demás: temer el poder de quien ordena represalias aumenta el poder del represor y disminuye el de la verdad.

Desde la universidad engañada, que se llama Universidad Anáhuac, emanó de inmediato un comunicado tajante (y mal escrito): no hará nada contra quien la engañó. Declara que “los sinodales y el revisor de tesis, de acuerdo a su leal saber y entender, consideraron que la tesis era satisfactoria y la aprobaron”. Anáhuac, we have a problem. Que cinco expertos en derecho no conociesen los libros de varios grandes del derecho y no los detectasen en la tesis de una alumna sólo puede entenderse así: o no son tan expertos (y por tanto no deben ser sinodales), o sí lo son, pero guardaron silencio por interés o por temor a represalias (y por tanto no deben ser sinodales, bis).

El asunto más delicado es que los sinodales y el revisor de la tesis no se hayan percatado de que la Universidad Anáhuac estaba siendo bendecida por El Creador Dios , que por algún motivo inescrutable decidió enviar a su seno a una mujer con un cerebro excepcionalmente potente y robusto, capaz de meter en una tesis un cúmulo de ideas tan importantes y originales que se habría requerido de por lo menos 12 juristas internacionales, en cinco lenguas, para conseguir en muchos años lo que esa iluminada logró solita y en un ratito. Deberían en todo caso haber sido como los doctores en el templo de Jerusalén que, ante Jesús, “quedaban admirados de su sabiduría y sus respuestas”, como narra San Lucas. Pero tampoco de eso se dieron cuenta (y por tanto no deberían ser sinodales, tris).

En fin, que ya sólo falta que quien sí se dé cuenta sea “el Conacyt de la 4T” y le otorgue el nivel 3 del SNI. Ya hay antecedentes…

@GmoSheridan
 

  para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, y muchas opciones más.