La semana pasada, en sesión del Colegio de Directores de Facultades y Escuelas de la UNAM presidida por el rector Enrique Graue , se adoptó un acuerdo que dispone que a partir de ahora sus facultades y escuelas “analizarán y, en su caso, reformarán los reglamentos de exámenes profesionales y titulación para incluir la revisión del borrador de tesis a través de programas de cómputo especializados (softwares) en la detección de plagio, como requisito previo a la autorización del sínodo para presentar examen profesional”.

Junto a esa decisión, agrega el Colegio, habrá “una campaña informativa de sensibilización sobre la importancia de la integridad académica y la gravedad de la comisión de plagio” entre los estudiantes, “particularmente aquellos que estén próximos a egresar de sus estudios y opten por la presentación de la tesis o de un informe escrito como modalidades de titulación”.

Esto es importante por varias razones. Además de reiterar que el plagio es un robo, un ilícito que agravia al pensamiento y vulnera la responsabilidad de pensar, lleva a los hechos las muchas ideas y discusiones que sus propios académicos han realizado sobre el asunto. La UNAM acepta que, por desgracia, el ámbito de sus labores académicas no es inmune al interés de algunos alumnos que al plagiar optan por corromperse, mintiendo y mintiéndose, en un momento crucial de sus vidas, cuando van a certificar su vocación y van a abrazar una profesión; un momento en el que, antes que poner a prueba lo aprendido y la medida de su esfuerzo, prefieren poner a prueba su voluntad de engañar, un cometido que, de lograrse, ensuciará para siempre su desempeño profesional. La medida fortalece así la honestidad de los estudiantes cabales y advierte a quienes calculen prescindir de tal honestidad que mejor se enmienden y la abracen, sabedores de que el rigor será mayor y las consecuencias más severas.

Tampoco (y esto es una desgracia mayor) es inmune la UNAM al interés de algunos académicos que optan por aprovecharse con esa mentira. Un plagio sancionado o propiciado por un tutor inmoral convoca a glosar los versos de Sor Juana : ¿quién sería más de culpar (“aunque cualquiera mal haga”), quien deja plagiar por paga o quien paga por plagiar? Ninguna universidad es inmune a ese dicharacho imbécil tan repetido (con gusto o con repugnancia) en México, el que dicta que “quien no transa no avanza”. El plagio intelectual traslada al ámbito educativo (el que más deberíamos proteger los mexicanos) la idea de que robar no es un acto inmoral sino pericia encomiable. Pues la UNAM ha manifestado, una vez más, que a ella le repugna ese dicho y, una vez más, se ha dado reglas para fortalecerse como institución contra las transas de algunos individuos.

Y de nuevo, quienes piensan que criticar a la UNAM es atacarla, no entienden que en ella la crítica no es optativa sino obligatoria, como lo probaron Caso y Vasconcelos a Barros Sierra y Carpizo...

Escribo sin conocer los resultados de las discusiones al interior de la UNAM sobre el problema reciente, pero confío en que será fiel a su ideal de “formar integralmente a los universitarios”. Creo que obrará con justicia, a diferencia, por ejemplo, del “Conacyt de la 4T”, que hace poco otorgó la más alta calificación académica nacional a un plagiario poderoso, el fiscal Gertz . En otras partes un pillo se desacredita para siempre; en México no, y los plagiarios multiplican la eficiencia de su cinismo.

En fin. Pase lo que pase, la decisión del Colegio de Directores ya elevó, aún más, la dignidad de la vida universitaria.

Goya.

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