Concluyo la pequeña serie de comentarios que dediqué en este último mes a algunas de las ideas más fijas que revolotean imparables en el chispeante cacúmen de nuestro Supremo Líder AMLOMagno, intelectual señero y Padre de la Patria. A saber: su fervoroso nacionalismo y su consecuente convicción de que nuestra grandeza obedece a que somos descendientes de “culturas originarias” que incluían todas las virtudes humanas imaginables, como la de ser mexicanos y leer a Rousseau desde chiquitos.
De acuerdo con las dendritas del Gran Líder, todo aquello que baña de grandeza a nuestra bravía nacionalidad no es lo “que nos llegó de Europa, de Occidente”, traído por los “invasores europeos”, sino lo que emana de “el México profundo”, es decir, que “lo mejor, lo más bueno que tenemos los mexicanos, es lo que heredamos de nuestra época prehispánica”, como suele decir en sus filípicas matutinas.
Apenas ayer, en el glorioso show de su informe de gobierno, reiteró emocionado que “lo que nos distingue y sitúa como un país de virtudes y grandeza” se debe a “la raíz y el tronco de esas culturas prehispánicas, de ese México profundo” del que proviene también “la singular y espléndida historia política de México”, pues constituye un “legado de principios buenos que se transmitieron de generación en generación y que no han desaparecido a pesar de la opresión, del clasismo y el racismo.”
Esta idea del Insigne Comandante lo ha llevado a anunciar que, durante su inminente retiro (salvo viraje inesperado), “me voy a dedicar tres, cuatro años, a estudiar las culturas prehispánicas”, gloriosas entre otras cosas porque en ellas “no existía la avaricia”. Su idea, pues, es culminar su sabiduría en un libro, por lo que “estoy haciendo un trabajo, me estoy preparando sicológicamente y estoy buscando cómo entusiasmarme”.
¿Cómo se entusiasmará un intelecto tan poderoso? ¡Pronto habrá de verse! A mí (y estoy seguro que al resto del pueblo bueno) también me entusiasma enterarme del secreto que permitió a una cultura originaria funcionar sin avaricia, y más aún que, una vez explicado, el secreto de esa cultura transforme de una buena vez y para siempre a la humanidad en una cosa desprovista de ambición, como quiso Rousseau.
Va a ser un libro fascinante. Enterarse de cómo aprendieron los aztecas a deshacerse de la avaricia fea luego de practicar el clasismo y el racismo contra, por ejemplo, los xochimilcas, como lo narra fray Diego Durán en su Historia de las Indias, cuando describe a esa etnia humillándose ante el imperialista Supremo Tlacaelel y sus aztec boys cuando se percatan de que no los mueve el humanismo mexicano, sino la avaricia fea.
Es a tal grado frenética la avaricia azteca, dice el fraile, que los xochimilcas les ofrecen joyas para saciarla, tierra para cultivar, criados para servirlos en sus casas, albañiles para construir sus palacios, soldados para que invadan a gusto a otras culturas originarias y, “en resumen, que ¡seremos sus vasallos hasta morir!”
También será fascinante ver cómo se prepara sicológicamente el Historiador Supremo para poner en su sitio a los historiadores clasistas y racistas que critican a nuestras culturas originarias, como Frances Berdan y el equipo de Rethinking the Aztec Economy (U. of Arizona, 2017), que documentan “los lujosos estilos de vida de los aztecas ricos y famosos, sustentados por el pago y las aportaciones de la gente común y corriente” (es decir del “pueblo”).