Durante su espectáculo matutino, y para todo efecto, en vivo, de costa a costa y de frontera a frontera, el presidente decidió transformarse en la nueva versión del omnipotente monarca sexenal. El hombre que se ufana de amar la historia no dudó en asumir ese papel, aunque emane de la tradición presidencialista que paradójicamente dice abominar. “¡Por encima de la ley nadie ni nada!”, pregona una y otra vez. Pues desde la semana pasada esa regla tiene una excepción. Magínense.
Al violar la Constitución, el presidente asumió cabalmente su voluntad de someter al Estado y a la Constitución a sus gustos personales, a sus intereses, a su ideología, su religión, etc. Más allá del posible mérito de esos valores (pero más allá también de la desmeritada manera que tiene de ponerlos en práctica), El Supremo exhibió una tendencia al autoritarismo que parece agudizarse. La reiterada presencia del verbo “golpear” en su vocabulario es muy mal presagio… Magínense.
Para no violar la Constitución ¿ordenará una nueva? Hace poco evocó que al iniciar su mandato consideró la posibilidad de instaurar un constituyente. ¿Por qué lo dice en estos días complejos? Evocarlo, ¿no es una manera de avisar que aún puede hacerlo? Sería natural en alguien como él haber jurado hacer guardar la Constitución para, ya investido de sus poderes, desguardarla.
En el discurso de estos días aciagos, ante lo ocurrido con Loret de Mola, ya comienza a crear nuevas “justicias” privadas. Por ejemplo, cualquiera que reciba un pago proveniente de las arcas públicas o roce siquiera “el interés público”, ya puede ser denunciado, juzgado y sentenciado sin presunción de inocencia y, desde luego, sin respeto a sus derechos humanos.
Y como acaba de ampliar la definición de “interés público”, ya no habrá quien se salve. ¿Consume usted agua y electricidad?, ¿utiliza calles y carreteras? Pues en tanto que esos servicios son monopolio del Estado ya es usted sujeto de “interés público” y, por tanto, candidato a juicio sumario desde si Altísimo Tribunal. En el espectáculo mañanero de ayer argumentó muy en serio que si él anuncia públicamente sus bienes, deben ser públicos los bienes de los periodistas y de los escritores, así como los de la cada vez más larga lista de aquellos a quienes considera “golpeadores”: el “mas de un millón” de “miembros de la mafia del poder” que denunció ayer. (Habrá que suponer que sus subordinados y sicofantes preparan las listas de ese holocausto). ¿Está usted entre ellos? Y como quien ose criticarlo entra a esa mafia… Magínense.
Constitución mía, ¿por qué me has abandonado? Porque El Supremo ya evidenció su convicción religiosa de que su idea personal de la justicia está por encima de las leyes que colectivamente convertimos en Constitución. Ya hablaba en esos términos desde que andaba en campaña, hace más de 20 años. Era el principal aviso de lo que se vendría. Y, claro, apenas entronizó, López Obrador comenzó a ponerla en práctica: que la justicia está por encima de la ley fue el argumento para cancelar la reforma educativa. Esa convicción evangélica de que no es lo mismo la justicia que la ley, como si viviéramos en la Roma de san Pablo y no en una democracia posterior a los totalitarismos abominables del XX.
Hoy revive la advertencia: su justicia de él está por encima de la ley de todos.
(Magínense.)