Una y mil veces ha entonado El Supremo la alabanza del pueblo mexicano: es el más grande del mundo, tiene las reservas morales más grandes del mundo, es el más culto, el más demócrata y el que hace el mejor mondongo del mundo. Una grandeza que refleja la propia grandeza de El Supremo, quien tiene el monopolio de la industria sin chimeneas de entregar credenciales de grandeza.

Sin embargo, ahora parece que esa grandeza amaina, lo mismo que la cantidad de pueblo grandioso que la contiene. A últimas fechas, sí, la cantidad de pueblo mexicano con grandeza se cotiza a la bajeza. La producción de grandeza patria per cápita disminuye a ojos vistas y hay tal merma cotidiana de reservas morales que ya se habla de un mercado negro del insumo.

Al inicio del sexenio, el pueblo mexicano con grandeza era todo el pueblo menos la clase alta-alta, la alta-media y la alta-baja, que nunca tuvieron grandeza ni reservas morales. Un año después, El Supremo miró a la clase media-alta, a la media-media y aun a la media-baja, las evaluó y vio que ambicionan cosas, les retiró el nombramiento de pueblo mexicano con grandeza y les asestó el temible fuchicaca.

Y ahora, a la mitad del sexenio, El Supremo ha dejado también fluir su iracundia contra la clase baja-alta que aspira a sumarse a la media-baja. Oh aspiracionismo engañoso, oh falta de grandeza moral. Y todo por culpa de Bethzabee.

En efecto, en reciente mañanera, El Supremo desenvainó la flamígera espada y la blandió contra esa clase cuyos miembros “son peores que los que tienen más dinero, aunque vengan de abajo se vuelven ladinos y de la noche a la mañana se vuelven racistas”. Y listo, la baja-alta fue sumariamente remitida a “la chingada” (como dice el pueblo moralmente transformado).

Para ilustrar esa debacle, El Supremo adelantó un capítulo del libro que está escribiendo en “La Chingada” (como se llama su finca de clase baja-baja en Palenque). La historia, que a su parecer describe el implícito horror que hay en querer cosas materiales, la documentó la prensa hace un año: una señora premonitoriamente llamada Bethzabee (así, elegante, porque Betsabé así nomás es de clase alta), coludidida con su amasio y otros masculinos (así dice la prensa), fue por su marido, atrapólo y asesinólo y luego por su suegra y sus tres cuñados y también atrapólos y asesinólos.

¿Y por qué asesinólos Bethzabee? Pues de acuerdo con El Supremo por una “ambición enfermiza por lo material (…) el dinero, la ambición, el lujo barato, el aspiracionismo” y, en suma, por “la herencia neoliberal” (al parecer, en sus ratos libres Bethzabee leía a Hayek.) Y concluyó preguntando al pueblo: “¿Es eso lo que queremos?, ¿eso es lo que defienden?”, refiriéndose a “ellos”, los neoliberales y “los intelectuales orgánicos” masculinos que quieren que México sea como Bethzabee para atrapar a la Patria y asesinóla.

Y a raíz de eso fue que analizóla a la clase media-media por materialista, clasista y racista y denostóla; y luego a la clase baja-alta por ser todo lo anterior y además ladina y del reino expulsóla. Aunque Él no abátese, pues declaró que a pesar de Bethzabee él quiere “sacar de la pobreza a millones de mexicanos” y enseñarles a ser “buenos, fraternos, solidarios y que practiquen el amor al prójimo” en vez de andar asesinando por ahí.

Pero por lo pronto, caray, expulsada la clase baja-alta neoliberal, en el censo del pueblo mexicano más grande del mundo, ahora hay menos mexicanos. Y cada vez habrá menos, hasta que sólo quede…