En este 2021 se cumplen 50 años desde que se extremó el desencanto ante lo que Fidel hacía con la revolución cubana. Coincide con la visita a México del dictador en turno, Díaz-Canel, a quien El Supremo convirtió en protagonista de la celebración de la independencia mexicana.

La incomodidad con Fidel se agudizó en 1971 por el “caso Heberto Padilla”, un poeta crítico del régimen que fue sumariamente declarado “traidor” por el comandante y encarcelado en consecuencia.

Varios miembros del PEN Club mexicano enviaron una carta a Fidel: los “simpatizantes de la lucha del pueblo cubano por su independencia, desaprobamos la aprehensión del poeta Heberto Padilla” y reivindican “el derecho a la crítica intelectual, lo mismo en Cuba que en cualquier otro país. La libertad de Heberto Padilla nos parece esencial para no terminar, mediante un acto represivo y antidemocrático, con el gran desarrollo del arte y la literatura cubanas” (por no decir su sociedad).

La firmaban, entre otros, Fernando Benítez, Gastón García Cantú, Carlos Fuentes, Vicente Leñero, Eduardo Lizalde, José Emilio Pacheco, Octavio Paz, Carlos Pellicer, José Revueltas, Juan Rulfo, Jesús Silva Herzog, Ramón Xirau y Gabriel Zaid. Casi al mismo tiempo, el periódico Le Monde publicó una carta en el mismo sentido que firmaban Jean-Paul Sartre, Calvino, Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa y muchos más.

Padilla fue sacado de la prisión y llevado ante la Unión de Escritores y Artistas de Cuba frente a la que deseaba confesar (con exceso calculado que rayaba la parodia) haber cometido muchos “errores imperdonables”, como lanzar “una serie de injurias y difamaciones a la Revolución que constituyen y constituirán siempre mi vergüenza.” Luego acusó a otros escritores de ser agentes de la CIA y bendijo “los días para reflexionar” que la policía le había amablemente concedido, pues ahora estaba “verdaderamente feliz” de “reiniciar mi vida” con espíritu revolucionario. Al mismo tiempo, Fidel agregó a la lista de traidores a “los señores intelectuales burgueses y libelistas y agentes de la CIA y de los servicios de inteligencia de espionaje del imperialismo” que osaron defender al poeta.

Octavio Paz, que puso esperanzas en la revolución, respondió poco después (“Las ‘confesiones’ de Heberto Padilla”) que “en Cuba ya está en marcha el fatal proceso que convierte al partido revolucionario en casta burocrática y al dirigente en césar”. De inmediato el poeta Benedetti, con sus “reservas de ternura”, acusó a Paz de mafioso y lo expulsó para siempre de la izquierda.

¿Nos extraña que en 2021 la dictadura cubana continúe encarcelando disidentes y “traidores”? No. Lo que tampoco extraña, pero sí desconcierta, es que El Supremo mexicano encuentre adecuada esa conducta, y que sus partidarios más radicales celebren el honor de hospedar al tirano de Cuba mientras, al mismo tiempo, hacen apremiantes llamados al MoReNa para que “salga a las calles” en apoyo de su líder, tal como suele hacer Díaz-Canel cuando envía a los militantes de su partido a zarandear disidentes en las calles de La Habana...

“Muchos intelectuales latinoamericanos, obliterados por un atracón de ideología, aún defienden a Castro en nombre del ‘principio de no intervención’”, denunció Paz hace 50 años. “¿Ignoran acaso que ese principio está fundado en otro: el ‘derecho de autodeterminación de los pueblos’?” Ese que Castro y sus suplentes niegan desde entonces a “su” pueblo…