Hace poco, el señor Ackerman equiparó a quienes osan criticar su nepotismo con sicarios. Ahora, en una entrevista con Fernando del Collado (en YouTube), declara que nunca ha practicado el nepotismo, al que degrada a mera “falta administrativa” mientras asciende a sus críticos al rango de “mercenarios”.
Es una charla graciosa: declara enfático que sólo tiene una casa en Coyoacán y punto, pero dos minutos más tarde declara “un par de departamentitos y un terreno”. No dice desde luego que en ese terreno hay una casa con albercas y jacuzzis, pero sí dijo “Soy incorruptible”, igual que Bartlett, a quien declaró que no se le ha probado acto alguno de corrupción.
Respondo por alusiones: he narrado que en 2002 tramitó con su padre, Bruce Ackerman —jurista importante de la Universidad de Yale— una beca para su cuñado Amílcar Sandoval Ballesteros quien, a diferencia de otros miles de concursantes plebeyos, tuvo ventaja, la misma que tuvieron las dos señoras Ballesteros que desde 2019 cobran en la dependencia de la UNAM que dirige Ackerman para liberar al pueblo.
Ackerman conoce los beneficios del nepotismo desde joven. Su madre, Susan Rose-Ackerman, también jurista en Yale, es asesora en materia de transparencia, rendición de cuentas y corrupción en varias instituciones. Quizás para demostrar que entendieron bien sus lecciones, consigue siempre que nombren consultores y/o becarios a su hijo y a su nuera: sucedió en el World Bank, en la Agencia para el Desarrollo (USAID), en la poderosa y muy becante National Endowment for Democracy (NED), en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en el Open Society Institute y otras más. Nunca falla.
También ocurre con lo académico: la mamá Rose-Ackerman pasa por FLACSO y poco después hay hijo en FLACSO. La mamá da curso en 2011 en SciencesPo (una escuela privada en París, no La Sorbona) y el hijo y la nuera aparecen en 2014 con beca en SciencesPo. Mamá da curso en Harvard en 2012, la nuera es becaria en Harvard en 2013. En algunos libros que coordina la mamá aparecen trabajos del hijo y la nuera, y en todos los que coordinan el hijo y la nuera aparece la mamá. En el caso de la mamá se entiende, pues es una experta reconocida en el mundo por sus libros sobre corrupción, transparencia y rendición de cuentas, problemas que seguramente enriquecen los libros del hijo y la nuera sobre los mismos temas.
El papá Ackerman, más que becas y consultorías, les consigue ideas. En un prólogo a un libro de su suegro (sin decir que lo es), Sandoval Ballesteros celebra que apoye la teoría del “autogobierno popular” y que la democracia debe ser acotada “por instituciones de autogobierno democrático” como el referéndum, las consultas y los plebiscitos. También la entusiasma que su suegro argumente que un gobierno “debe permanecer en el poder el tiempo que sea, mientras cuente con el apoyo de la cámara de diputados”. Y claro, el hijito lleva años covenciendo a México de que abrace “un nuevo poder democrático, autogestivo y popular”.
El papá Ackerman publica un libro, The Stakeholder Society (1999) en el que argumenta que la “igualdad de oportunidades” que consagra la constitución debe manifestarse haciendo “socio” a todo ciudadano, dándole su parte de la riqueza nacional: 80 mil dólares que pagarían los impuestos a los ricos. Después el hijo publica “Justicia ya, riqueza para todos” en el que sostiene lo mismo: todo mexicano debería recibir 11 mil pesos mensuales, su “porción de la riqueza nacional”. (Ninguno menciona, dicho sea de paso, que la idea del ciudadano como “socio de la sociedad” con derecho a un porcentaje de la riqueza la tuvo desde 1979 Gabriel Zaid en El progreso improductivo).
Hay cierto revuelo ahora por la legitimidad de los títulos de que se ufana el hijito. No es importante. Sí lo es un misterio superior: ¿cómo consiguió una plaza en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM alguien que acababa de graduarse ese mismo año (2006) pero como sociólogo en EUA? Una plaza que se reñían decenas de juristas que tenían antigüedad y habían ganado exámenes de oposición…
Ese sí es un misterio. Según los estatutos de la UNAM tendría que haber ganado una convocatoria, previo cumplimiento de requisitos como tener el título de abogado. Fue rechazado, claro. Y entonces alguien puso enorme presión...
Y entró. Y a los ocho años de ser investigador en derecho, en 2014, su hijito se tituló en derecho… Todos serán Ackerman, pero algunos lo son más.