Mucho se ha dicho ya sobre el populismo mundial, su inversión en la compra de sufragios y, sobre todo, sobre la forma en que aspira a controlar su contabilidad. En México igual: con la coartada de la austeridad, el asedio populista contra el Instituto Nacional Electoral (INE) aspira a quitarle el conteo de los sufragios a la ciudadanía y, restaurando el priísmo clásico, regresárselo al Supremo y su MoReNa , únicos representantes autorizados del “pueblo” por la gracia de (algún) Dios.

Se ha dicho también mucho lo contradictorio que resulta El Supremo descalificando al INE que organizó y vigiló las elecciones de las que salió victorioso. Sería chistoso de no ser tan tristemente ridículo. Es como si el equipo que acaba de anotar pidiera la expulsión del árbitro por conceder el gol, o como si el paciente que se reestablece de una cirugía acusase de incompetente al cirujano, o...

Pero nuestro Supremo, afecto como es a las paradojas, es incapaz de observar ésta, fascinado de extremar sus cada día más evidentes instintos autocráticos. Perpetuarse en el poder, así sea por interpósita corcholata, no deja de ser congruente con su alma de priísta ortodoxo y con su íntimo anhelo de restaurar el nacionalismo revolucionario y el poder del Gran Señor.

Nos tomó décadas de trabajo y sufrimiento terminar —creímos, ingenuos, que para siempre— con la simbiosis entre el Estado y el partido en el poder. Con a veces enervante tacto elegimos la prudencia gradual para evitar extremos como los que, luego del horror de 1968, llegaron a calcular algunos priístas ultraderechistas (y algunos militares), o la izquierda pirada que fantaseó una revolución castrocomunista. Para bien de México, prevaleció la cordura de Revueltas, de Heberto Castillo, de Demetrio Vallejo, del Ing. Cárdenas, de Salvador Nava y tantos otros. Lenta pero firmemente, logramos la alternancia democrática cuya pieza fundamental, en 1990, fue la ciudadanización de los procesos electorales.

Sí, tomó tiempo. Pero la expresión popular “despacio que voy de prisa”, que tanto aconseja nuestra atribulada historia, dados los muchos fracasos de sus prisas, probó como nunca su pertinencia.

Esas décadas de esfuerzo están ahora amenazadas por el obvio interés de El Supremo en destartalar al INE, único medidor de nuestra eficiencia democrática. La lenta, colectiva evolución de la democracia será abatida por un revolucionario institucional relapso (y algunos militares). “Los procesos de transformación son lentos, pero indispensables y sublimes”, ha escrito El Supremo. Pero como en su delirio la transformación ya ocurrió, no es ya ni proceso ni lento, sino un hecho sublime consumado por su propio decreto. ¿Para que necesitamos al INE si ya triunfó la democracia?, ¿para qué se necesitan consejeros independientes si El Supremo y su partido pueden proclamar a 40 de los 60 posibles?

El MoReNa como árbitro electoral augura enormes emociones. Hace poco, en las elecciones internas del MoReNa hubo acarreo, propaganda ilegal, compraventa de votos, intervención del gobierno, trampa en el conteo y, en suma, “un desorden organizativo mayúsculo”. Lo dice y lo demuestra el defenestrado ideólogo de MoReNa Ackerman (corrupto él mismo) que, por fin, logró hacer algo por la “verdadera democracia” mexicana: no acercarla al bolivarianismo venezolano, sino precaverla contra El Supremo y su morenismo.

Y pues, ¿cómo va a organizar las elecciones limpias de la patria el partido que ensució las suyas propias?

Hay que marchar.

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@GmoSheridan