Suele decorarse El Supremo diciendo que es maderista, pero lo reduce al enunciado “sufragio efectivo, no reelección”. Es extraño en alguien que desea desmontar al INE que se encarga de que cuente el sufragio, pero también de que sea contado con efectividad.
También pasa por alto que la “no reelección” incluye la que se hace por interpósita persona, como hizo don Porfirio con Manuel González y quiso hacer con Ramón Corral. Madero denunció esa estrategia reeleccionista de “dejar por sucesor a uno que se lo debiera todo y no tuviera grandes méritos, a fin de estar seguro de su adhesión”, como hará El Supremo con su Corcholata.
Hay mucho en el libro de Madero, La sucesión presidencial en 1910, que un verdadero maderista observa. Claro, el desprecio a la oligarquía depredadora, pero también al “poder omnímodo que ha centralizado en sus manos un solo hombre”; a los aduladores que han hecho de Díaz “un semidios”, ebrio del “aliento envenenado de la adulación”, a quien “solamente le agrada la lisonja”, en vez de la prudencia, “pues los hombres dignos que podrían aconsejarla no son del agrado del soberano.”
Hay varios párrafos que se reciclan con lamentable vigor: “tanto el Poder Legislativo como el Judicial, están completamente supeditados al Ejecutivo” y “todo el engranaje administrativo, judicial y legislativo, obedece al capricho del General Porfirio Díaz ” y su obsesión por “el poder a toda costa”.
Otro: “El general Díaz solo considera como enemigos a los que pueden entorpecer sus proyectos, y amigos a todos los que le ayudan. Así, tan pronto como sus enemigos capitulan o los ha nulificado, deja de considerarlos como tales y más bien procura atraerlos a su lado dándoles puestos públicos de importancia. En cambio, si sus amigos, por la rectitud en sus principios o por su ambición personal, llegan a ser un estorbo o una amenaza para su poder, deja de considerarlos como amigos y los persigue tenazmente.”
Y este otro: el dictador “va estableciendo su poder absoluto por medio de una red de funcionarios adictos, que se extiende invadiéndolo todo; cuando va usurpando una a una todas las funciones del poder; cuando va minando lentamente las instituciones sin que nadie se dé cuenta de ello y a la vez impulsa el desarrollo material para aturdir los espíritus, entonces puede establecer una dictadura estable y oprimirá a su patria cada vez más, sin que ella pueda darse cuenta.”
Y otro más: el autócrata “no puede saber lo que pasa lejos de él, sino por el intermedio de sus mismos amigos, de los empleados que él nombra, y que lo engañan sobre el verdadero estado de las cosas . Le es muy difícil salir de ese engaño, porque es natural que confíen más en lo que dicen sus empleados y amigos, que en la voz de los descontentos, a quienes la lisonja fácilmente hace pasar a sus ojos como díscolos o enemigos. De ese modo la administración se va corrompiendo poco a poco, pues el autócrata no conoce el mal.”
Y ni hablar del desdén al militarismo que “ha sido siempre el enemigo de la libertad y el principal obstáculo para el funcionamiento de la democracia...”
Hay que “desear la libertad para todos, no nomás para los que opinan como nosotros”, sostiene Madero. Un verdadero líder “no considerará como enemigos a los que tengan la virilidad necesaria” para decirle la verdad. De ahí el valor de la “prensa independiente” que “ha protestado contra todos los abusos del poder y defendido nuestros derechos ultrajados, nuestra constitución escarnecida, nuestras leyes burladas.”
Hay que leer de nuevo a don Panchito. Tiene mucho que decir.
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