Más allá de los muchos errores que se han ido documentando en los nuevos Libros de Texto Gratuitos (LTG), algunos analistas ya prestan atención a Un libro sin recetas para la maestra y el maestro: el manifiesto político disfrazado de pedagogía en seis volúmenes que ha confeccionado el poderoso Marx Arriaga para que los docentes sepan cuáles no recetas sí enseñar y a qué atenerse si no las enseñan.
Dos millones de docentes deberán someterse al “pensamiento único” del paradójico pedagogo que lleva dos años recetando el rechazo a toda forma de “pensamiento único” y convocando, desde su enorme poder, a rebelarse contra el poder (salvo el suyo y el del Comandante Supremo que es único, aunque no sea pensamiento sino revelación religiosa; y que no es poder sino amor al pueblo).
El poder del joven Marx sí es único, muy superior al de los demás tetraideólogos, ese catálogo de arrogantes mediocres ascendidos a mandarines, indigestos de teorías y terminología que graduaron del salón de clases al discurso oficial, como el joven Marx cuando brama que los LTG invitan “a los docentes a pensar, repensar y construir sus propias didácticas en el marco de la reivindicación del sur global para transgredir el paradigma de imposición epistémica occidental de la sociedad globalizada actual.” Es decir, que piensen lo que quieran, siempre y cuando lo hagan dentro del “marco de la reivindicación del sur gobal” que es “una metáfora del sufrimiento humano causado por el capitalismo”.
El joven Marx es más poderoso aun que el Supremo. Sus no recetas marcarán PARA SIEMPRE a los compatriotas que hoy cuentan entre 6 y 15 años de edad y deberán vivir en la “sociedad del futuro” que el joven les prepara. Si el poder del Supremo es sexenal y explota la simpatía de los votantes de la tercera edad, el del joven Marx recluta a la primera, los que votarán en el futuro (si consiguen leer la boleta). Cuando en 2035 López Obrador sea sólo nombre de calle, los “sujetos” desoccidentalizados y dialógicos del joven Marx estarán buscando empleo, llenos de ecología de saberes, aunque escasos de matemáticas y español.
También es contradictorio, el joven. Una y otra vez declara que en sus LTG no hay “proselitismo político”. Este no proselitismo, tan sincero como las no campañas, se disfraza tras el concepto “transformación” que pulula en el Libro sin recetas, donde se lee que la enseñanza es el “acto político de transformación de la realidad educativa, escolar y comunitaria.” Más emocionante aún es leer que los LTG servirán para la “formación de un nuevo mexicano y una nueva mexicanidad afín a la transformación irreversible del país, respondiendo con ello al nuevo modelo de desarrollo social, político, cultural y económico que lo sustenta.”
Tal cual: el joven Marx ya ha recetado que la transformación es irreversible y que los “nuevos mexicanos” estarán sometidos a ella a partir de agosto (aquí es inevitable evocar la linda idea del “hombre nuevo”, tan cara al Che Guevara, ese humanista tan dialógico).
Así pues, el no poder del joven Marx, ¡oh nuevos mexicanos!, nos ha no recetado subordinar a su no ideología la idea misma de lo que encierra la palabra “mexicanidad”, esa que tanto exploraron los cerebros y las almas de tantos pensadores equivocados que, infectados por el pensamiento hegemónico y colonizado, no vivieron lo suficiente para autorrecetarse lo que el joven Marx ha recetado sin recetas, y tuvieron que ser expulsados de la “nueva mexicanidad”, esa tierra prometida cuya entrada vigilan, como Aarón y Moisés, el joven Marx y el emancipador en jefe… Ni modo.
(Publicaré en estos días un escrito más extenso sobre todo lo anterior…)