El sábado, los muchachos se visten de combatientes y atacan con “piedras y bombas” el Campo Militar, generando una situación súmamente peligrosa. El domingo, en el Hemiciclo a Juárez, los mismos muchachos se ponen sus trajes y corbatas y cantan en rondalla sus canciones de amor. ¿Cuál es su verdadera cara? Creo que preferirían ser sólo los del domingo, hacer su carrera académica, prepararse para merecer su plaza en las escuelas rurales y educar a los niños.
Hay dos obstáculos enormes que vencer para lograrlo.
El primero es la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM), esa organización que se declara clandestina y de convicción marxista-leninista, que es la dueña de los muchachos desde el momento en que aspiran a ingresar a las normales rurales (con esperanza), y les pone como condición que acepten el riesgo de derramar sangre en los bloqueos a carreteras, o en Iguala o al atacar campos militares. ¿Cuántos normalistas rurales han cambiado su esperanza en sangre desde el asalto al Cuartel Madera en 1965?
Son estremecedores los testimonios de padres de familia sobre la forma en que la FECSM explota la esperanza de sus hijos. De hecho, contradice la reiterada idea del actual presidente en el sentido de que en México no se practica la tortura. No son pocos los padres de normalistas rurales que llaman tortura a lo que la FECSM somete a sus hijos, y así lo han llegado a denunciar ante comisiones de derechos humanos.
La viuda de Julio César Mondragón Fontes, el normalista que sí apareció en Iguala, baleado y desollado, narró que su esposo había ido a Ayotzinapa “para superarse” con la esperanza de “comprar un piso para que viviéramos juntos con nuestra hija”. Pues sí, con esperanza. “Julio me decía que estaba harto porque no estaban estudiando nada...” y antes de ir a Iguala le dijo a su esposa “que ya no quería seguir” en la Normal, harto de los “castigos” a los “desobedientes”. Castigos como ser metidos a un pozo lleno de fango pútrido y desagüe...
El otro obstáculo que enfrentan los normalistas es la falta de presupuesto, lo que mete a su activismo y al castigo presupuestal en un ya viejo círculo vicioso. Cuando López Obrador denuncia el ataque al Campo Militar como “un acto de provocación”, pues juzga que los normalistas son sujetos de “manipulación” (dijo en su mañanera el 23 de septiembre), repite lo que otros gobernantes han dicho antes para justificar el castigo.
Y vaya que López Obrador les ha bajado el presupuesto, cambiando los salones de clase en durmientes. En la misma mañanera declaró que a las normales rurales “no les van a faltar los recursos, estamos a favor de la educación pública (...) nosotros vamos a apoyar las normales rurales y que no les falte nada.” Pues sí, pero no.
Los verdaderos datos son distintos. Marcela Vargas reportó, en “Normales rurales: resistencia al acoso y la asfixia financiera” (2021), que en 2015 las normales del país recibieron 1,195 millones. En 2020, López Obrador lo bajó a 461 millones y, en 2021, a 170 millones. Otros estudios señalan que el “Programa para el desarrollo profesional docente” bajó de 1,220 millones en 2018 a 409 millones en 2020, etc...
Y, claro, cada día hay menos normalistas... ¿Será eso lo que busca el presidente? Mientras tanto, la FECSM se pone furiosa y ordena a sus muchachos quitarse la cara de la esperanza, ponerse la de activistas e irse al Campo Militar a lanzar “piedras y bombas”, como dijo con elocuencia el presidente en esa misma mañanera, y arriesgarse a la sangre.
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