El Comandante Supremo, en su afán por disminuir a una ciudadana con aspiraciones políticas que se llama Xóchitl, decidió desaparecerla con toda la fuerza del Estado, asestándole un sobrenombre nulificador: “la señora X”. Ha sido curioso: la letra X, que suele emplearse para ocultar un nombre, es decir, como voluntad de reducir a alguien a calidad de incógnito, logró lo contrario: la “Señora X” es hoy el anonimato más reconocible en México.

Es una letra proteica, la X, una letra multitask que sirve para todo: el primer signo que trazaron los neandertales, el cruzamiento básico de rayas opuestas, hechas de izquierda y derecha, de arriba y abajo, y en su centro el reconciliado punto de todas las confluencias. Es la letra más letra, la X: sinónima del enigma y el misterio, sede de las variables matemáticas, el cromosoma plenipotenciario, el destino del pirata, la letra sexuada del porno, el sitio clave del encuentro, el tache selectivo y, desde luego, el voto.

No deja de ser intrigante que hoy, cuando la sacudida Patria urde su camino electoral, la inasible X adquiera rango de símbolo y cifra, totem y tabú. Una Patria cuyo nombre mismo, marcado por la X contundente, fue motivo de tantas disputas, cuando los mexicanos con X aborrecían a los españoles con J; cuando se decía que “la verdadera pronunciación del vocablo es Meshico y no Méksico” si se pronunciaba la X como en España (como evoca mi maestro José Moreno de Alba). Los tiempos en que hasta Miguel de Unamuno ladraba contra “el ridículo emperramiento de los mejicanos” por meter la X a su nombre, y exigía que, por congruencia, escribiesen Guadalaxara, Guanaxuato y Kuauktemok. Tiempos en los que Valle-Inclán, en su autoexilio, “siguiendo la cábala de las letras”, escoge México “porque se escribe con X” y le faltaban enigmas. En fin, el asunto es tan raro que Alfonso Junco ( “Xunco”) propuso que Méjico debía ser con jota, que es una letra “viril”, mientras que la X, como su nombre lo indica...

Ha sido divertido, en todo caso, el afán del Supremo y sus supremitos por asociar la letra X con lo que llaman la reacción conservadora. Ignoran que a lo largo de la historia la liberal era la X, y así hasta el tosudo nacionalismo de los treintas, cuando el México con X luchaba virilmente contra el Méjico con jota, aún cargado de ribetes hispanistas, católicos y conservadores, aunque así lo hubieran escrito Benito Juárez, Lucas Alamán y José María Luis Mora.

Alfonso Reyes, por cierto, explica que, si de congruencia se trataba, los liberales tendrían que haber escrito “Mégico”, si bien en la lengua patria “liberales y conservadores han bailado al son de la jota o se han santiguado con la cruz de la equis”. Y remata famosamente que si bien no tiene nada contra la jota, que es el fonema menos conservador y más revolucionario, “le tengo apego a mi X como a una reliquia histórica, como a un discurso santo-y-seña en que reconozco a los míos, a los de mi tierra, igual que en el dejo o acento, o en el uso de tal o cual término o manera dialectal que me resucitan toda mi infancia...”

Y esa X, motivo de desdén de poderosos y clave de identidad aspiracionista, terminó por fin, escribe Reyes, como “la X en la frente”. Esa X que portamos ya los mexicanos todos, con donaire y ya sin ufanía pues, como dice Reyes, la Patria se llama con X porque ella misma es un enigma y un cruce de caminos. Sí, la Patria, ella misma una señora X...

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