La semana pasada, las redes resucitaron al difunto señor Echeverría Álvarez (LEA) proponiendo álgidas comparaciones con AMLO. Esto provocó la iracundia de los adoradores del Supremo en vigor, quienes, acatando sus disposiciones, lo encuentran comparable sólo con Benito Juarez.
Revisé lo que escribí sobre los tiempos de LEA en mis comentarios a las cartas que, ante sus políticas, tomaron Carlos Fuentes, que lo apoyaba en su combate contra “los liberales”, y Octavio Paz, que se asumía como tal y lo criticaba. Esos comentarios fueron recogidos en mi libro Paseos por la calle de la amargura (Random, 2018), por si a alguien le interesa. Más que comparar Supremos, lo penoso es apreciar las semejanzas con una temperatura que sí que se repite 50 años más tarde (con la única diferencia de que ahora la “izquierda” sí tiene poder).
Cuando destapan a LEA, Fuentes aún duda y le escribe a Paz: “Abundan las versiones contradictorias sobre la personalidad de LEA, o de El Señor, como le dicen sus achichincles. Mientras que algunos amigos nuestros que lo han acompañado en sus giras hablan de un nuevo Cárdenas que está marcando el tiempo y que iniciará todas las reformas que el país requiere, otros escuchamos sus declaraciones constantes contra los intelectuales ‘huertistas’…”
Fuentes no tarda en decidir que apoyará a LEA en sus “tres frentes: defensa del país frente a Estados Unidos; fortalecimiento del Estado Nacional frente a la iniciativa privada; democracia de las organizaciones que sólo con libertad pueden servir para defender al país y fortalecer al sector público”, una curiosa anticipación del AMLO por venir…
Fuentes declaró que el 10 de junio fue “una trampa” que le pusieron a LEA “todas las fuerzas de la reacción mexicana” y poco después, LEA le entregó el Premio Nacional de Letras. Mientras tanto, Paz se oponía a sumarse al fervor echeverrista y, además de sus artículos, escribía en sus cartas párrafos como estos:
—“El sistema político que nos rige desde hace más de cuarenta años está en quiebra.”
—“No sé a dónde vamos, pero sí que el rencor disgrega todo y que los que no tienen rabia tienen miedo. La antigua nación del águila y la serpiente se ha convertido en un país habitado por dos razas: los perros rabiosos y los perros falderos.”
—“Al entusiasmo y al horror de 1968 ha sucedido una suerte de mal humor nacional. Somos un pueblo al que se le ha derramado la bilis y que no logra ni serenarse ni, lo que es peor, pensar con claridad. Incertidumbre arriba y abajo, desconcierto en la clase media, rencor en el pueblo, miedo y rabia en la burguesía; una clase rica sin ideas, pero cínicamente decidida a no soltar un centavo ni a sacrificar un alfiler; un gobierno desconcertado y que (me parece) ha perdido la dirección y la iniciativa; una clase obrera obtusa y sólidamente unida bajo Fidel Velázquez, una izquierda vociferante y que confunde la epilepsia con la violencia, movida más por el rencor que por la justicia. Una izquierda que odia pensar y que odia a los que piensan. Por fortuna tiene muy poco poder (aunque) ha dañado gravemente la educación superior, ha envenenado a muchos jóvenes y ha envilecido la vida intelectual. Los resentidos, los envidiosos, los baldados, los tartamudos y los tuertos se han unido en esa izquierda y algunos se han convertido en sus voceros…”
Y, por último, “Los intelectuales de izquierda han logrado imponer una suerte de terror ideológico y nadie se atreve a disentir por temor a lo que lo llamen reaccionario o liberal. Este último adjetivo es el que más espanta…”
Y en esas estamos. Todavía.
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