“¿Cómo es posible que haya una calle que se llame Puente de Alvarado, cuando fue el perpetrador de la matanza del Templo Mayor?”, se preguntó la jefa de gobierno Sheinbaum. Como nadie respondió, dijo entonces: “Por esto tomamos la decisión de cambiar el nombre y ponerle Calzada México-Tenochtitlán”. Después dijo: “También dejamos de nombrar el Árbol de la Noche Triste y hacemos una Calzada de la Noche Victoriosa, porque si bien es cierto que hace 500 años fue la derrota de México-Tenochtitlán, también es cierta la resistencia de los pueblos originarios”.
En resumen: fuimos derrotados, pero ganamos.
Las ciudades son textos: las calles son renglones, las avenidas cambios de capítulo y las glorietas son puntos y aparte, etc. Abundan los capítulos tristes, y los dos o tres victoriosos son el zócalo, los barrios ricachones y los pueblos aledaños que se tragó la ciudad alvarada en la noche triste de nuestro desastre urbano.
En todo caso, la ciudad se graduó de texto colectivo a un libro de texto gratuito, el que impone el Supremo Gobierno como victorioso editor de la nueva memoria.
Fue curioso saber que aún existe la “Comisión de Nomenclatura” que establece el nombre de las calles de nuestro “árbol genealógico” (esta es la analogía que usa ahora el gobierno). Como su nueva misión es reivindicar la memoria de quienes “fueron deliberadamente invisibilizados por las narrativas del sometimiento colonizador”, decidió “hacer un tributo a nuestros pueblos originarios”.
Lo bueno es que este tributo será en nomenclatura y no en niñas invisibles del sureste originario.
La Comisión sentenció que “Pedro de Alvarado no fue una persona que en este nuestro tiempo deba ser objeto de conmemoración alguna”. Pero si todo apellido conmemora al árbol genealógico, ¿la gente que se apellida Alvarado será ahora Tenochtitlan?, ¿se desata una lógica que aspira a restaurar la ciudad lacustre?
Imagino una sesión de los nomenclaturantes: “¿Qué hacer con la calle Isabel la Católica? ¡No somos misóginos, pero esa cabrona racista castellana no puede ser objeto de conmemoración! ¡Mancha al árbol genealógico! ¡Fuera con ella! ¡Que ahora se llame Calle Xochiquetzal la Politeísta! ¡El que sigue!”
¿Qué irán a hacer con las muchas calles que se llaman Fox o Calderón o Peña Nieto? (las de Díaz Ordaz y Echeverría sí califican de originarias). Habrá que conseguir un directorio telefónico precortesiano para encontrar suficientes nombres para substituirlos. O más fácil: usar los de los nuevos próceres genealógicos. De hecho ya abundan las calles y colonias López Obrador y ya tienen calle desde Ricardo Monreal a Pablo Gómez… ¿Sabe usted dónde está una de las varias calles Manuel Bartlett que hay en México? En el centro de Macuspana. Es imposible ser más victorioso y más originario. ¿No me cree? Gugliele.
Y luego, por congruencia, habría que seguirse con las estatuas: deshacerse de la Diana Cazadora, por europea y por blanca y heteronormativa y por masacrar a la fauna. Y al Ángel de la Independencia, Niké tan conservadora que es hasta símbolo de la victoria, pero no de la victoria derrotada, como la nuestra (que es buena), sino de la meritocrática y clasista (mala). ¡Que las substituyan mujeres de la 4T! ¡Sheinbaum, Layda, Irma! ¿A favor?
¿Y qué hacer con El Caballito? Carlos IV, obvio, no es objeto de celebración alguna. El caballo, en cambio, a la mejor era árabe y se puede salvar... Y se le podría poner encima al genealógico Macedonio, que sabe mucho de montar…