Guillermo Sheridan

La nueva ciencia ancestral mexicana

Se discute estos días en el Congreso la Ley General en materia de Humanidades, Ciencias, Tecnologías e Innovación. Se su-ponía que habría siete parlamentos para que los científicos hablaran

Articulista Guillermo Sheridan. Foto: EL UNIVERSAL
18/04/2023 |02:48
Guillermo Sheridan
autor de OpiniónVer perfil

La ciencia no ocupa un sitio importante en las fantasías del Comandante Supremo. Y los científicos menos aún, pues les interesan asuntos que le resultan antipáticos a la ficción de país que a él lo conmueve. Son estudiosos y expertos en teorías y asuntos que no entiende y, por si fuera poco, lo hacen en las universidades. Y para acabarla pertenecen a la clase media pervertida por el “aspiracionismo”.

Bueno, pues ahora más vale que alineen su curiosidad científica a los “Programas Nacionales Estratégicos” que disponga el Comandante Supremo por medio de María Elena Álvarez-Buylla, la directora de lo que ella llama “el CONACYT de la 4T”.

Se discute estos días en el Congreso la Ley General en materia de Humanidades, Ciencias, Tecnologías e Innovación. Se suponía que habría siete parlamentos para que los científicos hablaran. Bueno, pues la voluntad de la dueña del CONACYT ha llegado a tal nivel que sus convicciones personales se presentaron como ya analizadas y sancionadas por esos siete parlamentos aunque sólo se habían realizado dos.

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La ley es discutible, claro. Resulta difícil aceptar que, como dice su artículo 80, “las actividades académicas que realicen los Centros Públicos deberán ser congruentes con las bases, principios y fines de la política pública”. ¿Qué quiere decir eso? En mi caso me pregunto si puedo estudiar a López Velarde sólo si demuestro antes que amaba a los pobres y es, por tanto, un asunto ¿“estratégico”?

La crítica de los científicos y sus instituciones ha sido enérgica. Creen que la ley coarta la libertad académica y la autonomía en la toma de decisiones; que limita la exploración de temas nuevos, cambia la evaluación de pares y de organizaciones académicas (la ANUIES o el Foro Consultivo Científico y Tecnológico) por “expertos externos” (siempre afines e incondicionales) y aún limita el de las universidades; subordina al personal académico a la normativa de los burócratas; convierte a los investigadores en seres “privados” que deben subordinarse al interés “público”; hace del gobierno el único sancionador de áreas y temas de investigación; eleva a rango científico los “saberes ancestrales” y, sobre todo, convierte en método científico una doctrina ideológica de reciente creación (el “humanismo mexicano”) ante la que los académicos, formados para pensar y discutir en libertad, deberán mostrarse sumisos y guardar entusiasta silencio.

También deberán aprender de los ejemplos que en los hechos epistémicos (palabra preferida de Álvarez-Buylla) ya han sido probados metodológica y racionalmente desde que ella manda. Por ejemplo, convertir al fiscal Gertz Manero en miembro del más alto nivel en el Sistema Nacional de Investigadores a pesar de ser un plagiario, o a otro plagiario, Romero Tellaeche, en director del CIDE. ¿Qué importa que plagien si aman a los pobres y a los saberes ancestrales?

O entregarle a su amigo John Ackerman 5 millones anuales desde 2018 porque su afán de convertir a México en una “verdadera democracia” fue sumariamente declarado por ella “Programa Nacional Estratégico”, aún antes de que él, que también es su asesor, la acompañara a presentarle al Supremo el proyecto de ley que ahora se discute...

En fin, que de ahora en adelante la ciencia habrá que someterse a “la agenda del Estado” y deberá “seguir luchando —como ordena Álvarez-Buylla— por una transformación de las estructuras económicas y del orden económico y político del mundo”.

Otra transformación que ya casi llega...

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