La semana pasada se llevó a cabo la conferencia mañanera número mil, ese popular sainete que estelariza el nunca suficientemente laureado primer actor Lic. Andrés Manuel López Obrador, líder supremo de la Patria revolucionada.
Me entero de que la primera mañanera tuvo una duración de una hora, pero que en días recientes varias han rebasado las tres horas y media. Otros ya han hecho el cálculo perentorio: como en promedio la mañanera dura dos horas, las 2 mil que llevamos equivalen a 83 días con sus noches, o bien, a 250 jornadas laborales de ocho horas cada una, es decir, la cuarta parte de las mil jornadas que lleva el sexenio. ¿Habrá un límite?
Parece que no. Luego de una encuesta a mano alzada consigo mismo, El Supremo ha anunciado que habrá mañaneras también los fines de semana, pues juzga que la grey sufre su silencio y no descansa bien. Calculo que pronto habrá mediodieras, tardeciteras, nocheciteras, medianocheras y nocheras. Y así hasta que el espectáculo ya no tenga interrupciones: 24 horas sin parar, mirando cómo se revoluciona su conciencia y escuchando humanismo mexicano . Sería siempre martes, como en Macondo, y Lord Molécula pondría una tienda de campaña frente al podio, con bolsa de dormir y bacinica.
El académico Luis Estrada ha registrado en su libro El imperio de los otros datos, que El Supremo ha dicho 65 mil mentiras en sus primeros tres años de mañaneras. Me consta una (irrelevante y nimia): que yo soy racista y clasista. Falso. Racista ni en broma, aunque clasista sí, como lo sabe quien ha leído lo mucho que me he burlado de la clase alta. La sentencia del Supremo obedeció a un párrafo que no entendió, porque su comprensión de lectura es limitada o ilimitado su ánimo de calumniar. Lo intimidatorio fue que la mentira viniese de un señor paradito detrás de un escudote que dice ESTADOS UNIDOS MEXICANOS.
Otras cosas divertidas de las mañaneras: detectar la intensa impaciencia de sus subordinados, ahí sentados hora tras hora, sin poder cambiar de canal ni irse a sus oficinas a revolucionar conciencias o trabajar. Los más obsequiosos se esmeran en sonreírle y no quitarle los ojos de encima, temerosos de que voltée y los pesque mirando el celular o el techo. Otros ya hasta fingen tomar notas en una libretita para que se les note la devoción, como los generales norcoreanos con su propio supremo.
Es divertido cuando ordena que pongan en su pantallita videos de otra mañanera y lo vemos en vivo mirándose en video en perfecto diálogo circular consigo mismo, un Argos que se mira mirarse por mil largos segundos, como en el poema de Villaurrutia. ..
También es divertido que luego de mil funciones, el público que comenta en la pantalla ya conozca sus parlamentos y juegue a completar sus frases antes de que las diga él en cámara lenta, ese discurso en ralentí que contradice la velocidad, cada vez más agitada, de hombros, brazos, manos y dedos, el griterío corporal que contrasta con la anestesia hablada; un molino de viento moviendo las aspas, moliendo silencio con gran bulla gestual .
Es divertido que una simple oración con 10 palabras, sujeto, verbo y predicado, pueda tomar un minuto y una simultánea clase de gimnasia. No lo es menos que los estoicos que hacen la traducción a lenguaje de señas para los sordos, pasado ese minuto, traduzcan la oración en dos segundos y tres señales. Quizás sería bueno que se invirtiera la cosa, que tradujeran su lenguaje corporal a lenguaje hablado. Las mañaneras durarían 10 minutos y dirían lo mismo: más poder.
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