La semana pasada, la periodista Azucena Uresti, que debe ser una comunicadora importante (pues el enorme aparato de comunicación y propaganda que rodea al presidente se activó de inmediato, para reciclar el discurso oficial que denuesta a los periodistas incómodos) provocó el retorno de la prolongada disputa sobre la libertad de prensa en nuestro país, en especial en los tiempos estelares del Humanismo Mexicano.

Es difícil ser periodista y no haber cruzado ese dilema que se agranda, en la medida en que el Líder Supremo lo enfatiza, cada vez que explica que él no es autoritario; que no tiene una política de control a los medios de comunicación (que él llama de “manipulación”, pues sólo hay “pura prensa vendida y alquilada, con honrosas excepciones”) y que en su gobierno no se ejerce la censura y en cambio se garantiza la libre expresión de las ideas. Se trata, pues, de un discurso paradójico, que podría abreviarse así: “¡Óiganmen malnacidos, hipócritas, infelices, prostituidos, sicarios, maiceados, achichincles, matraqueros, alcahuetes, corruptos! ¡Óiganmen, piltrafas morales, títeres, zopilotes, hampones, malandrines, rufianes! ¡Óiganmen bien: Yo no practico la censura!” Una palabra que según el diccionario significa “crítica, desaprobacion, reprobación, reproche, vituperio, reparo, condena, juicio.” Todo lo que no hace el Supremo ante la prensa…

Hace años firmé un manifiesto, “En defensa de la libertad de expresión”, que decía “el presidente utiliza un discurso permanente de estigmatización y difamación contra los que él llama sus adversarios”, profiere juicios y propala falsedades que siembran odio y división en la sociedad mexicana. Sus palabras son órdenes: tras ellas han llegado la censura, las sanciones administrativas y los amagos judiciales a quienes osan criticar su gobierno”. Y desde luego, se agregaba que “estigmatizar a personas físicas o morales las pone en riesgo”.

A mí me ha tocado ser acusado de “farsante, simulador, corrupto, sabihondo y reverendo hipócrita” que ha causado mucho daño a México. Es poca cosa frente a los insultos que lanza cotidianamente contra muchos periodistas, aunque no deja de intrigarme haber sido acusado de cometer el delito de corrupción y que, al mismo tiempo, no se presenten pruebas o evidencias de ello, lo que deja el juicio del Supremo al nivel de la calumnia, en vez de apresurar la sentencia judicial que debería de ir anexa.

Alguna vez, cuando fui acusado de criminal por denunciar un plagio, solicité que algunos organismos nacionales e internacionales protegieran mi derecho a la libertad de expresión. Lo hice porque a mi parecer, por haber sido difundidos por cuentas oficiales del gobierno federal los insultos del presidente, me declaraban oficialmente culpable de cometer el crimen de pensar y escribir en libertad.

Algún necio podría haberle recordado que la Constitución (que juró guardar y hacer guardar) ordena que “La manifestación de las ideas no será objeto de NINGUNA inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, la vida privada o los derechos de terceros, provoque algún delito, o perturbe el orden público”.

Me sigue intrigando que cada vez que el Supremo insulta, juzga o amenaza a un periodista lo haga parado atrás del escudo de los “Estados Unidos Mexicanos”, algo que, supongo, oficializa sus sentencias, juicios y calumnias. Ese Escudo, según la ley, sólo puede usarse en los coches que emplea el Supremo, y en los documentos oficiales del poder federal, pues está prohibido usarlo en “documentos particulares”. Me pregunto si las mañaneras son “documento oficial” o “documento particular”… Y en tal caso, si la mañanera, por ser documento particular, no debería ser precedida por el Himno Nacional y la rendición de honores a la Bandera Nacional…

¿Qué puede hacerse? Nada: acostumbrarse a ser insultado desde el Poder Ejecutivo que, por hablar formalmente detrás de un escudo que dice “Estados Unidos Mexicanos”, oficializa los insultos. Lo único bueno es que detrás se escucha la voz sexy de una señorita que dice: “Gobierno de México”. ¿Quién será?

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