Me parece grave la saña del fiscal Gertz Manero en contra de quienes él y su líder llaman “los científicos”, palabra que no exalta ya la curiosidad y la crítica, sino que degradan asociándola a la corrupción, lanzándola con una iracundia similar a la del franquista Millán-Astray cuando gritaba “¡Abajo la inteligencia!” ante el rector Miguel de Unamuno en 1936.
No extraña que en esta nueva cruzada el fiscal esté al servicio del Presidente. Desde 1992 su libro México: perfil de un rostro oculto denunciaba a las universidades públicas como instituciones compuestas por burócratas que “devoran la mayor parte de sus presupuestos” y académicos que “vegetan en investigaciones interminables e inútiles” (p. 38). Es un libro que, por cierto, contiene opiniones tan reaccionarias como que el proyecto de Lázaro Cárdenas “era un plan de corte totalitario y primitivo que iba a frenar la modernidad y la democracia en México… un tutelaje primitivo e inadecuado para la prosperidad del país” (p. 201).
Que en vez de acusar a su fiscal de conservador y porfirista el Presidente lo declare “un hombre con integridad y con carácter”, ¿será señal de que amplía el margen de su tolerancia? Volvió a decirlo ante el asedio a los científicos: “Yo le tengo confianza… es un hombre recto, íntegro”. Y luego aclaró que corretear científicos “no es persecución política” ni venganza, sino que simplemente, cuando hay un delito, “se tiene que presentar denuncia”.
Ahí está la cosa.
Hace poco obedecí ese mandato y publiqué una denuncia pública ante la evidencia incontestable de que el académico Gertz es dado a cometer plagios de proporciones superiores, que es lo más parecido a un delito que hay en el ámbito académico (pues supone la expulsión inmediata). Ya publicó EL UNIVERSAL algunas pruebas de ese que, me temo, no es el único plagio…
Pero ahora, ante la insistencia de nuestro Presidente de “presentar denuncia” y aplicar “el combate a la corrupción por parejo”, creo mi deber acatar más aún su orden. Es una orden que también hace el Conacyt, pues sus reglamentos ordenan a “cualquier miembro del SNI” que “cuando tengan conocimiento de hechos que puedan constituir faltas de ética por parte de algún Investigador Nacional, y que estén directamente asociados con su pertenencia en el SNI, los pondrán en conocimiento de la Junta de Honor por escrito para que se determine su procedencia”. Nótese que no dice “podrán ponerlos”, sino que los pondrán: es una orden.
Enviaré pues al Conacyt la carta “resumida, concisa y con claridad” señalando que el académico Gertz violó el artículo 71 del Reglamento, que dice que los miembros del SNI tienen “el deber de guardar una conducta apegada a las normas éticas relativas al carácter profesional de su actividad” por lo que “toda la información que presente deberá ser verídica y comprobable”. Y bueno, pues como presentar como propios libros de otros escritores es “falta dolosa a la veracidad”, la Junta de Honor del SNI deberá “acreditar responsabilidad”. Va a ser laborioso, pues habrá que anexar pruebas con cotejos de decenas de páginas plagiadas…
Y como el fiscal Gertz es obviamente poderoso, y aborrece a quienes han criticado la manera en que fue incorporado al SNI “de la 4T”, pues también tendré miedo. Ni modo. Pero ¿no dice el refrán que el miedo es a lo único que hay que temer? Y en México, qué pena, se comienza a vivir con miedo…
Al final de la carta deberé poner “el nombre del promovente”, que seré yo. Ni modo bis. ¿Habría otros miembros del SNI dispuestos a firmarla? Quizás podría circular la carta y ver si acaso…
Por lo que atañe al académico Gertz, “el que nada debe, nada teme”, como dice su líder. La Junta de Honor del SNI le dará la oportunidad de defenderse, esa que Gertz le regateó a los científicos que mostró ante el país como delincuentes organizados.
No hay remedio. Es necesario hacer la denuncia porque, de otro modo, no faltará quien diga desde su púlpito que los científicos toleramos la corrupción…