Cuando tomó posesión como presidente de la Patria, El Supremo dijo dirigiéndose a Peña Nieto: “Le reconozco el hecho de no haber intervenido en las pasadas elecciones presidenciales. Hemos padecido ya ese atropello antidemocrático.” Más allá del mensaje, lo interesante fue la transición del yo al nosotros. Fue la primera transformación de su Yo en el primero de los muchos Nosotros que retacan las muchas horas semanales en que, transformado en Ellos, frente a las cámaras habla maravillas de sí mismo, es decir de todos los Ellos que cree contener (es decir, de Él).

La retórica lo llama “plural mayestático”: el majestuoso plural que los reyes o los papas comenzaron a emplear para retacar en su individualidad la representatividad tumultuaria. Una majestad a tal grado enorme que el pronombre “yo” le quedaba tan chico que convenía suplantarlo con un “nosotros” grandote. En teoría, cuando un rey dice “nosotros”, sugiere que su yo contiene a sus vasallos, y cuando lo emplea el papa indica que habla también en nombre de Dios, quien fue el primero en creerse la gran cosa y en hablar de sí mismo en la tercera del plural, desde que, en el Génesis, se dijo a sí mismo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”.

El mayestático, claro, es habitual entre líderes autoritarios. Fue famosa la ocasión en que Fidel Castro invitó a los intelectuales a sumarse a su revolución, pero aclarando que eso “no implica que tengamos que ser nosotros exactamente”, es decir, que ustedes tengan que ser yo. García Márquez lo explicó diciendo que Fidel hablaba así porque era muy tímido...

Nuestro Supremo suele emplear secuencialmente ambos pronombres: el yo para subrayar sus muchos atributos personales (incluyendo su modestia) y el nosotros para amedrentar adversarios echándoles bola. Por ejemplo: “Siempre he sido respetuoso de las instituciones pero también (sic) nosotros no podemos aceptar un resultado que no corresponda a la realidad”.

Cuando activa su odio republicano a quienes osan criticarlo, se aferra al mayestático: la Feria de Guadalajara, las radiodifusoras, las feministas, la “clase media aspiracionista”, los intelectuales, los periodistas, los empresarios y, sobre todo, el INE, están siempre “en contra de nosotros”. Apenas el pasado mes de abril hubo una variante simbólica: dijo que el INE hace “pura trampa y luego abiertamente en contra de nosotros, en contra mía.” Asumió como hecho consumado que entre su Yo y su Nosotros ya no hay distancia.

No faltarán los sicopompos que justifiquen esa transformación de los pronombres. Su respuesta podría ser que es el Nosotros de El Supremo, lejos de ser majestuoso, es muy humilde; que es una lingüística proclama de modestia, una inclusión popular, la instauración de su fraternidad multitudinaria, la potenciación de un anhelo colectivo histórico que recorría pujando la historia de México agarrando potencia hasta que cuajó en este glorioso “nosotros” que se apoderó de la boca de Él, la nacionalizó y la convirtió en la Nacional Boca de Nosotros.

Claro, los psicolingüistas arguyen que el mayestático esconde una inseguridad, un deseo de disimular la responsabilidad personal colectivizando sus riesgos: nunca será lo mismo decir “yo cometí un error” que decir “lo cometimos”...

Pero, además de todo, conviene no olvidar que cuando tomó protesta, El Supremo dijo claramente y frente a todos (ahora sí) nosotros: “Prometo hacer guardar la Constitución y las leyes que de ella emanen”. Tal cual. En primera persona del singular...

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