Acaba de aparecer, publicada por Random House en su colección DeBolsillo, El dedo de oro (transformado). Es una nueva versión de una novela insolente, disparatada y simple que publiqué hace años. La comencé a escribir en 1984 para matar el tedio durante un año que estudié en Inglaterra. Iba a ser una de esas crónicas que hago a veces para el periódico, que iba a tener en el centro una frase terrorífica y genial del Supremo Líder; una frase que, a mi parecer, condensa cabalmente el destino de México: “Nuestra meta será siempre un futuro promisorio”.

(Esperanza a la tercera potencia, pues.)

Bueno, pues la crónica esa creció y siguió creciendo hasta alcanzar un portentoso caos de 500 cuartillas, salidas de una máquina de escribir de tercera mano, graduada de alguna oficina contable, llena de teclas que indicaban quebrados: por ejemplo, la tecla del acento era “7/8”, por lo que la novela estaba llena de Me7/8xico.

Diez años más tarde, una mecanógrafa conocida me preguntó si no tendría algo de chamba. Me acordé de la “novela”, le entregué la resma de cuartillas y las retacó velozmente en unos que se llamaban discos flopis. Pensé que no estaba tan mal, la reescribí un poco y se la di a leer a amigos que sí saben de novelas y acabó en la Editorial Alfaguara, que la publicó en 1996. No le fue mal, tuvo muy buena crítica y se vendió con bastante decencia.

Bueno, pues releí el manuscrito durante la pandemia y, contra todos mis pronósticos, lo encontré bastante vivaracho. Incluía capítulos y variantes que había olvidado que me llevaron a reescribirla completamente, a restaurar episodios y a alterar otros. Creo que quedó mejor y que sigue siendo divertida. Y luego, por si fuera poco, el diseñador Alejandro Magallanes le asestó una portada elocuente.

No deja de ser chistoso que una novela escrita en 1984 como una “novela futurista” o “distópica” que sucedía en 2029 acabara de novela realista-socialista en 1996, en tanto que le atinaba a algunos hechos que (según la novela) iban a ocurrir antes.

Por ejemplo: se agotaría el petróleo; las elecciones del 2000 las ganaría la oposición; los gringos construirían un muro en la frontera; haría erupción el Popocatépetl; la ciudad se dividiría en la “ciudad alta” para los ricachones y la “ciudad baja” para los pobres, y otras calamidades espantosas. En realidad no es virtud de Nostradamus sino elemental sentido de la realidad en un país tan encariñado con sus pesadillas.

A fin de cuentas, el epígrafe de la novela era una declaración auténtica del Supremo Líder que ahora, después de las recientes elecciones, adquiere nueva vigencia: “Llevo cincuenta años diciéndoles que las cosas no pueden seguir así”. Y pues sí, el hecho es que sí pueden...

En lo que más le atinó la novela a la realidad es en que el país entero iba a quedar en manos de algunos líderes carismáticos enamorados de su propia grandeza, los mandamases del Partido Evolucionario Definitivo (PED), un partido que conduciría a todas las fuerzas vivas y a la Patria misma, de una buena vez y para siempre, al bienestar feliz de la victoria final.

Creo que en eso también le atiné, si bien —aunque la novela se permite los delirios más improbables— debo confesar mi derrota: nunca se me ocurrió que tener que descender al subsuelo del zócalo para buscar al dedo de oro, y encontrarlo y portarlo, iba a tocarle a una mujer...

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