La semana pasada, durante los versallescos postres de sus últimas cenas, servidos en el Gran Salón de su Palacio y mientras hacía la consabida cuanto cotidiana exposición de sus siempre expansivas habilidades intelectuales, el Supremo volvió a perorar sobre la grandeza cultural y sobre “la fecunda historia política” de la Patria diamantina.

Se trata de dos pulsiones que no sólo conoce bien, sino que lo tienen a él como ejemplo: es en su cuerpo donde encarna la grandeza cultural y es en su alma donde se retaca el clímax de la historia política de México. En cosa de modestia (como es bien sabido) nadie le gana.

La novedad en este discurso que el Tlatoani repite maniáticamente, es que los reaccionarios clasistas, racistas, fascistas (o como dice él: clajita, rajita y fajita) se han coaligado en un compló que fortalece “un menosprecio deliberado para someternos, para ACOMPLEJARNOS”. He ahí la palabra clave.

En ese contexto, el retorno del complejo es específicamente el que se llama “complejo de inferioridad”, tal como lo definió Alfred Adler, y que en México propuso considerar Samuel Ramos hace casi un siglo, lo que causó una discusión que acaba de cancelar el Supremo (4-IX-24) cuando dijo: “Hagamos a un lado los complejos, ya, porque estuvieron amuela y amuela y amuela —no puedo decir otras cosas— con eso, ¿no?, ¡complejo de inferioridad, inferioridad, inferioridad! No. México es una gran potencia cultural.”

Es un asunto obviamente complejo, por lo que el laborioso aparato intelectual del Supremo lo reduce al binarismo maniqueo que norma sus sinapsis. De acuerdo con la teoría del Líder, los mexicanos somos los “buenos” y habitamos en una área VIP del cosmos que se llama “adentro”. Este “adentro” se encuentra históricamente asediado y vulnerado por una fuerza muy mala que se llama “afuera”.

Bueno, documentando esta dialéctica, encuentro un discurso mañanero (27-II-2024) bastante enfático donde El Supremo explica que antes “los de afuera eran los sabiondos y había que aprender de ellos, porque los oligarcas fomentaban mucho el complejo de inferioridad, cuando México es una potencia cultural en el mundo”.

La evidencia de esta grandeza cultural, de acuerdo con el Frondoso Líder, radica en que los extranjeros de otros países no pueden “agarrar” (sic) “la fecunda historia política de México”, porque, a ver, “¿en qué otro país están los Hidalgos?, ¿dónde están los Morelos?, ¿dónde están los Juárez?, ¿dónde están los Villas?, ¿dónde están los Zapatas?, ¿dónde están los Maderos?, ¿dónde están los Lázaro Cárdenas? (y desde luego —aunque se lo aguantó— ¿dónde están los Lópeces Obradores?, ¿dónde están los Chicos Ches?)

La pregunta cimbró al mundo. Los países de “afuera” buscaron y buscaron, revolvieron archivos, revisaron estatuas bastantes, cuestionaron wikipedias, hurgando desesperados en pos de algún Pancho Villa, y nada. No lograron agarrar ni un héroe. (Esto se debe, en parte, a que otros países no son México y, por tanto, tienen héroes diferentes y, por lo general, con otros apellidos, y muchas veces sin patillas ni bigotes ni cuacos ni cananas. Es muy triste.)

Y, claro, lo peor es que como todo el mundo está atento a las ideas y discursos del Supremo Líder de la Nación Mexicana, que es la mejor del mundo, y la más culta y más soberana y todo; cuando esas naciones, digo, lo escuchan declarar ideas tan robustas como las de ese párrafo, ¿qué ocurre? Pues, como se vio en Dinamarca la semana pasada, ocurre que Dinamarca y los demás países de “afuera” desarrollan de inmediato un patético complejo de inferioridad contra el que deberán luchar siglos…