Me parece importante leer el nuevo libro de Roger Bartra, Regreso a la jaula. El fracaso de López Obrador (México, Debate, 2021). Perturbador, casi enervante, es una síntesis cabal del dilema del país en vísperas de las elecciones y, me temo, en un futuro ominoso, sin dejar de ser también una crítica enérgica de las circunstancias que lo propiciaron. Es un libro, sí, pero es también una radiografía, un manual de primeros auxilios y hasta una guía sobre qué hacer en caso de desastre.
Se entiende que López Obrador, hombre intensamente vanidoso, haya abominado y agredido a Bartra desde lo que llama su “alta investidura” (hay en el libro un par de páginas sobre el particular odio que le tiene a los intelectuales este señor cuya laboriosa ficción de sí mismo incluye sus ínfulas de serlo él mismo), y se entiende que movilice a sus solícitos bufones y komisarios para que lo regurgiten, enervados por una inteligencia de limpias credenciales políticas y morales que observa la tensión política (por ejemplo, la configuración de las tribus y sectas de los partidos políticos) pero la cruza lo mismo con las subyacentes pulsiones psíquicas que rigen al presidente (propenso a la “realidad alternativa”) que con la antropología de nuestra melancolía histórica, esa que representa el axolote, la criatura simbólica de nuestra identidad amorfa que Bartra definió en La jaula de la melancolía (1987) y que ahora retorna, recargada, “incapaz de evolucionar, de escapar de su estado larvario, pasmado y reconcentrado en la regeneración de sí mismo.” No es azaroso que esa criatura en crónico estado de “regeneración” haya regresado en el nombre del amorfo partido-movimiento que creo López Obrador para lanzar sus ambiciones.
Es imposible incluir en tan breve espacio los amplios registros del libro, la intensa argumentación analítica en el sentido de que AMLO, “después de malgastar su herencia priista” y de “haber pasado unos años pecaminosos arrejuntado con la izquierda”, retornó finalmente “al seno familiar del nacionalismo revolucionario” que nos asoló durante décadas; la razonada conjetura sobre una calculada coalición entre ese PRI y AMLO para “regenerar” el sistema político de los años 60 y 70; la paradoja de este “predicador de pueblo” que dice aborrecer a los conservadores al mismo tiempo que implementa, en lo social y lo político, las peores políticas conservadoras (el poder castrense; la “austeridad”), aunque disfrazadas de un “izquierdismo” que —a pesar de la abyección del amor a Trump y del odio a la educación y a la ciencia, y el desprecio de la salud— conmueve a sus ristras de sicofantes alérgicos a las ideas pero devotos de los “sentimientos”; el desmontaje de la enorme cantidad de ocurrencias atrabiliarias y retropopulistas que como políticas de Estado substituyen al capitalismo globalizador “con un capitalismo chatarra y subdesarrollado”, hecho de refinerías en quiebra aún antes de inaugurarse o su trenecito intercenotes. Y desde luego, la inminencia de un autoritarismo cuyas señales Bartra estudia a fondo.
A pesar de su escepticismo melancólico, el libro desea que las inminentes elecciones detengan a El Supremo antes de que termine de privatizar lo que resta de democracia. “La democracia está en peligro, pero no ha muerto”, concluye Bartra, y cierra el dicho: “perder elecciones es normal en una democracia: lo malo es perder la democracia en unas elecciones”.
Que es en lo que estamos…