En estos días de aniversarios (sobre todo el del golpe del Supremo Echeverría contra el periódico Excélsior de Julio Scherer y la revista Plural, de Octavio Paz, en 1976) recuerdo unas cartas sulfurosas entre Octavio Paz y Carlos Fuentes, actores de esa amistad torturada que Malva Flores narró espléndidamente en su libro Estrella de dos puntas (Ariel, 2020).

Las cartas son secuela de 1972, cuando Fuentes decide colaborar con la “apertura democrática” de LEA, mientras que Paz se le opone, por considerar que no había cumplido su promesa de llevar a la justicia a los “halcones” de la matanza del 10 de junio.

Eran los días de la graciosa consigna “Echevarría o el fascismo”. Le escribe Paz a Fuentes luego del golpe de Pinochet: “Frente al hostil panorama mexicano debemos cerrar filas. Aquí, intelectual y literariamente, vivimos en una suerte de guerrilla generalizada. Somos un pueblo al que se le ha derramado la bilis y que no logra ni serenarse ni, lo que es peor, pensar con claridad. Incertidumbre arriba y abajo, desconcierto en la clase media, rencor en el pueblo, miedo y rabia en la burguesía, una clase rica sin ideas pero cínicamente decidida a no soltar un centavo ni a sacrificar un alfiler, un gobierno desconcertado y que ha perdido la dirección y la iniciativa, una clase obrera obtusa y sólidamente unida bajo Fidel Velázquez, una izquierda vociferante y que confunde la epilepsia con la violencia, movida más por el rencor que por la justicia.”

“Una izquierda que odia pensar y que odia a los que piensan. Por fortuna tiene muy poco poder y lo más que puede hacer es destruir la Universidad de Puebla y degradar la vida universitaria en México y en casi todo el país. El caso de Pacheco es más triste: a pesar de sus exaltados golpes de pecho para probar su fidelidad, los estudiantes de Puebla lo insultaron, le impidieron que continuase su conferencia y estuvieron a punto de emplumarlo, para ejemplo de novelistas “aperturistas” y poetas retrógrados… Los resentidos, los envidiosos, los baldados, los tartamudos y los tuertos se han unido en esa izquierda y algunos se han convertido en sus voceros.”

Igual en el ámbito de la cultura: los intelectuales “aperturistas” descalificaban a la revista de Paz por “liberal” y “reaccionaria”. Agrega Paz: “La vida literaria e intelectual —y no solo la literatura, el arte y el pensamiento— se atomiza. No sé a dónde vamos, pero sí que el rencor disgrega todo y que los que no tienen rabia tienen miedo. La antigua nación del águila y la serpiente se ha convertido en un país habitado por dos razas: los perros rabiosos y los perros falderos. En la Universidad y en el mundo de la cultura, la izquierda ha logrado imponer una suerte de terror ideológico y nadie se atreve a disentir por temor a que lo llamen reaccionario o liberal. Este último es el adjetivo que más espanta. El espectáculo es grotesco: Villoro, Flores Olea, Monsiváis, Pacheco y otros muchos tiemblan ante el Comité de Salud Pública intelectual compuesto por farsantes, resentidos y engendros.”

“El caso peor es el de Monsiváis”, concluye ¿Has leído el suplemento de Siempre!? Hay una justicia poética en esto. Recordarás que una tarde se presentaron ustedes en mi casa —tú, Benítez, García Cantú y Pacheco— para decirme que habían decidido continuar la publicación del suplemento para “no perder una tribuna”. Yo les dije que la verdadera tribuna era Plural y que ustedes deberían colaborar allí. Pero la mayoría de nuestros escritores y artistas siguen siendo víctimas del terror a ser criticados por la izquierda. Es una enfermedad universal de los escritores de Occidente y del Tercer Mundo…”

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