La semana pasada mi general Luis Cresencio Sandoval declaró a nombre “de las Fuerzas Armadas y la Guardia Nacional” que “como mexicanos es necesario estar unidos en el proyecto de nación que esta en marcha”. Es muy inquietante.
Claro, se trata de un “proyecto de nación” que puede y debe discutirse, ser votado o rechazado, merecer simpatía o reprobación y un largo etcétera democrático. Lo que por lo pronto no puede discutirse es que mi general consideró que es “necesario” unirse al tal proyecto.
La contundencia del adjetivo “necesario” que seleccionó mi general es inquietante porque “necesario” significa algo que “forzosa o inevitablemente ha de ser o suceder”, como dice el diccionario. Dudo que mi general use las palabras a la ligera, por lo que se infiere una naturaleza imperativa que le da calidad de orden a lo que dijo: hay que unirse a ese proyecto porque es inevitable.
La sociedad, amparada por la Constitución, podría responder que no es necesario sino voluntario. Que para algunos puede ser el mejor proyecto y lo apoyan y promueven y hasta lo consideran el mejor de los proyectos posibles para México y hasta para el resto del mundo. Pero que para otros es un proyecto defectuoso o contraproducente o lo que sea.
Lo que no puede ser es que a esa respuesta civil se le ordene que sea “necesario” unirse al proyecto y que se le despoje de la voluntad para hacerlo optativamente. Que se le recomiende subordinación es delicado, pero además es intimidatorio si, como es el caso, quien lo recomienda habla a nombre de “las Fuerzas Armadas y la Guardia Nacional” y del suyo propio, el general más poderoso que ha habido en México desde los tiempos de mi general Ávila Camacho, el último Presidente que fue pueblo uniformado, cuando el ejército estaba a servicio de un partido político.
Pues lo que dijo mi general “necesariamente” partidiza de nuevo al poder militar, lo subordina al proyecto político del nuevo general Presidente y lo despoja de una institucionalidad que nos costó a los mexicanos un esfuerzo enorme conseguir.
Todas las razones que enumeró mi general para apoyar ese proyecto son, de entrada, encomiables: “desterrar la corrupción, procurar el bienestar del pueblo, el progreso con justicia, la igualdad, el crecimiento económico, salud y seguridad”. Pues sí, pero esas razones derivan de la Constitución que nos dimos los mexicanos, no del proyecto de un partido político ni mucho menos de la voluntad de su líder. Otorgarle desde el poder castrense la exclusividad sobre tan encomiables propósitos a un partido y a su líder, “necesariamente” supone que el ejército ha elegido una opción ideológica; que los otros partidos y sus proyectos políticos o bien no desean esas intenciones o, peor aún, están incapacitados para argumentarlos en la arena de la democracia constitucional. Habría sido menos inquietante que mi general secretario hubiese preferido manifestar su lealtad a la Constitución como única realidad que es “necesario” respetar, puesto que de ella derivan los proyectos políticos, los muchos, necesarios proyectos políticos.
Rara cosa. Se diría que hay una tendencia a convertir a las instituciones republicanas en propiedad necesaria de un proyecto político. Ahora las fuerzas armadas como antes el Conacyt, oficialmente declarado propiedad “de la 4T”.
(Y hablando del Conacyt: hace ya tres semanas que varios investigadores del SNI enviamos una carta formal a su Junta de Honor denunciando los plagios del académico Alejandro Gertz. No ha habido respuesta.)