Fue curioso que en la semana pasada el tema de los archivos y las bibliotecas de Octavio Paz y Carlos Fuentes —tan cercanos en el mediodía de sus vidas; tan alejados en su ocaso— ocuparan el interés público gracias a un par de noticias.

En el caso de Fuentes, el diario Reforma reportó el 8 de febrero que se han clasificado hasta ahora casi 13 mil libros, muchos de ellos subrayados y anotados, de su biblioteca. Hasta ahí todo va bien. Pero luego, según la nota, la Sra. Silvia Lemus viuda de Fuentes declaró que la biblioteca va a ser trasladada a la Universidad de Princeton. Chin.

Pero el día 9 otra agencia de noticias, ANSA, informó que “la biblioteca se quedará en México a petición del propio autor”, y también cita a la Sra. Lemus, quien “no reveló qué universidad mexicana se encargará de la custodia de la biblioteca”. ¿Cuál será la nota que dice la verdad? ¿Será confiable esa agencia ANSA? Quizás no, pues dice tonterías como que el archivo de Fuentes también se irá en el futuro a Princeton, un futuro que está en el pasado, pues en 1995 ya Fuentes mismo le vendió su archivo.

Quizás alguien recuerde que en 2007, en una hasta ahora inexplicable mascarada, Carlos Fuentes y la UNAM celebraron, con no escasa pirotecnia, que el escritor le donase su “acervo personal”, un acervo que, luego se supo, consistía en un lote de 300 ejemplares de sus propios libros, de esos que las editoriales le dan a sus autores.

Otra falsedad de la agencia ANSA, y multiplicada por varios periódicos, consistió en asegurar que el archivo de Octavio Paz está bajo resguardo en Princeton, lo cual es ruidosamente falso. Y eso me lleva a la otra nota de la semana…

Es una de EL UNIVERSAL en la que se da cuenta de que “el caso Octavio Paz avanza, lento pero sin contratiempos”. Felizmente, en este caso, la palabra ídem no denota mitotes ni agravios, de los que hoy son víctimas tantos escritores y periodistas, sino que se refiere al destino de los bienes del poeta.

Algunos recordarán que, por morir intestada, los bienes de la señora Marie-Jo Tramini —y por tanto los de su esposo— han pasado a formar parte de los bienes nacionales. Se trata de bienes inmuebles, obras de arte, cuentas bancarias, la biblioteca y el archivo del poeta y sus derechos de autor que serán entregados al Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), algo que no deja de parecerme, por extrañamente inaudito, casi conmovedor.

Los inmuebles, supongo, serán subastados o rifados (ni siquiera el más intenso energúmeno los clasificará como bienes robados que devolverle al pueblo). Los derechos de autor los donaría el DIF a las secretarías de Cultura, federal y capitalina, donde habrá, espero, una oficina capaz de administrarlos con eficiencia. (Paz nunca tuvo agente literario y él cumplía con esa labor que, a su muerte, asumió su viuda, me temo que sin mucho orden ni concierto.) La biblioteca deberá donarse a alguna biblioteca pública. Y su archivo —lo más personal del legado, el bien más íntimo e irrepetible— será resguardado por El Colegio Nacional, institución de la que Paz fue miembro muchos años.

Preservar la biblioteca y el archivo en México era uno de los objetivos de la Fundación Octavio Paz, que dirigí hace 22 años. Cuando advertí que no podría cumplirlos, renuncié. Fue triste, y más aún que, luego de mi renuncia, el proyecto se disolviera. Lo bueno fue que, antes de creada la Fundación, Paz había dictado un testamento que ahora, años después, al desaparecer su familia directa, recuperó su vigencia y en el que dispuso la donación del archivo a El Colegio Nacional. Paz nunca habría tolerado la exportación de su memoria.

La nota de EL UNIVERSAL informa que el archivo ha sido cuidadosamente empacado, como corresponde a un “monumento artístico” (pues así fue declarado, con tino, por la autoridad). Se pensó, para precaverlo de contingencias, enviarlo al Archivo General de la Nación, lo que no procedió por implicar “un procedimiento jurídico y administrativo tortuoso” y porque no se ha cumplido con el “inventario solemne de los bienes”, protocolo complejo que no parece avanzar con la rapidez deseable.

No menos deseable es que fuésemos capaces de crear en México una institución que acogiese archivos de escritores e intelectuales para abrirlos a la investigación, como los que hay en todos los países realmente orgullosos de su cultura.

Ya no tendrían que emigrar, como el de Fuentes, a la remota Extranjía…

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