Una dama ávida de gloria capturó la semana pasada la atención de la Patria cuando se hizo público que llevaba años fingiendo ser neurosiquiatra, abogada, graduada de la Universidad de Harvard, y una larga lista de méritos incalculables que le permitían lanzar recetas de medicamentos delicados a diestra y siniestra. Un caso superior de gesticulación en un país de gesticuladores.

El lector aficionado a los libros evocará de inmediato El gesticulador, de Rodolfo Usigli, esa pieza teatral que trata de cómo un mediocre profesor de historia, César Rubio, harto de los “gesticuladores hipócritas” que han hecho de México un país en el que “donde quiera encuentras impostores, impersonadores, simuladores; asesinos disfrazados de héroes, burgueses disfrazados de líderes, ladrones disfrazados de sabios, caciques disfrazados de demócratas, charlatanes disfrazados de licenciados, demagogos disfrazados de hombres”, es una buena síntesis, escrita en 1937, de la idiosincracia nacional de nuestro pueblo, que en 2024 se ha doctorado honoris causa.

Los gesticuladores suelen estar muy conscientes de una falsedad que es proporcional a la enjundia con que la disfrazan de honestidad cabal. Mientras más gesticulan el mexicano y la mexicana, más esmero y energía invierten en revestirse de una grandeza, o apariencia de grandeza, que los exalte y legitime.

Esto ha generado en México una muy peculiar mercadotecnia del prestigio, una pujante industria sin chimeneas que se encarga de coronar egos inseguros con lauros y logros pródigos en maquillaje legitimador. Esto termina haciendo de los gesticuladores (y gesticuladoras) unos buchones (y buchonas) inflados con silicón académico y cubiertos de gloria patita (en el sentido de pato, no de pata).

Es el síndrome “Cúspide” que alivian una ristra de universidades gaseosas, instituciones de peluche y organismos de oropel capaces de doctorar en 12 horas, entre coros y aleluyas, a un pícolo funcionario como el cuspídico licenciado Ulises Lara que gesticula ser diputado y hasta líder de diputados.

Es la creciente industria del “Doctorado Honoris Causa” que en México sabe retacar adentro de una toga y abajo de un bonete estentóreo a cualquier gesticulador urgido de autoestima. La liderea un “Instituto Mexicano de Líderes de Excelencia” () que se autoproclama como “un referente educativo global” y que se precia de haber entregado más de 2 mil doctorados honoris causa, entre ellos a Jesús Ramírez Cuevas (que se cree escritor), a Mario Delgado, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López, Paquita la del Barrio, el Papa Francisco, el Príncipe San Bernardino, la cantante Dulce y, obviamente, a Yasmín Esquivel (que tiene varios Doloris Causa más).

Gran institución el IMELE, cuyas cuotas de recuperación por doctorado andan por los 30 mil pesos.

Una relación extensa y puntual de estas nobles instituciones doctorantes, llenas de fotos y latinajos postineros, es aportada por Jesús Garza Onofre y Javier Martín Reyes en “Entre la transa y la farsa”, que se lee en la plataforma (donde los autores proponen genialmente que a la doctora Yasmín Esquivel sólo le falta la licenciatura Honoris Causa...)

Otra glorificadora es un llamado “Claustro Doctoral Mexicano y Académico Universitario”, que hace un año le dio un Doloris Náusea a Lord Molécula y a otros mañaneristas leales. La diferencia con Yasmín Esquivel y otros gesticuladores es que, con la honestidad que lo caracteriza, el Lord Molécula declaró de inmediato que se trató de un “inmerecido galardón”.

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