Comenté la semana pasada que los nuevos líderes nacionales del Movimiento de Regeneración Nacional (MoReNa), la Presidenta Nacional, Luisa María Alcalde, y el secretario General, Andrés Manuel López Beltrán (primogénito del expresidente chingadiense, o chingadeño: elija el gentilicio), asumieron la conducción de “nuestro partido-movimiento” apostando que será “el mejor partido del mundo”, siempre y cuando, claro, el mundo esté en México.
Hubo un fugaz optimismo cuando la presidenta Sheinbaum propuso que las tareas de su gobierno estarían separadas de las del MoReNa. No lo creyó nadie, ni ella misma, ya que en el mismo discurso triunfal le ensartó a la Patria entera la orden de encomendarse a los lineamientos de “la cuarta transformación”, algo que automáticamente (como dirían los cubanos) excluyó de su gobierno a quienes osen disentir.
No es un dilema nuevo. En junio de 2016, el Supremo Líder López Obrador (padre) anunció que su MoReNa, por apoyar a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), se convertía ipso-facto en un “partido-movimiento de izquierda y antineoliberal”, como dicen sus estatutos, empeñado en lograr para México una “verdadera democracia”, semejante a la que disfrutan otros latinoamericanos países democráticos, que lo son en serio, en tanto que gobernados por partidos-movimientos. ¿Cuál de esos modelos escogerá el MoReNa? Misterio.
Un ejemplo es el partido Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia, que por medio de un referéndum dispuso la “reelección indefinida” de su líder, el camarada pederasta Evo Morales, en el poder desde 2006.
Otra “reelección indefinida” constitucional es la que logró el partido-movimiento Alianza PAIS (“Patria Altiva y Soberana”) de Ecuador, cuyo líder, Rafael Correa, mandató 10 años, argumentando que “el pueblo ecuatoriano pueda escoger a sus autoridades cuantas veces quiera”, pues el pueblo manda.
No podía faltar Nicaragua, cuyo partido-movimiento Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) tiene como líder vitalicio al comandante Daniel Ortega, que fue presidente de 1985 a 1990 y luego de 2007 a 2011, y que en 2009 ordenó modificar la constitución para que se permitiera la “reelección indefinida”, por lo que el camarada Ortega va a liberar a la nación nicaragüense per sécula seculorum y, en caso de defunción indefinida, lo hará su esposa, la fogosa Rosario Murillo.
O Venezuela, cuyo movimiento Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) nació por orden del inmortal camarada Hugo Chávez (Bolívar lo tenga en su gloria), quien también anhelante de democracia auténtica recibió del pueblo la orden de cambiar también la constitución para permitir la “reelección indefinida”. Como es sabido, el inmortal Chávez sólo fue presidente 11 años (pues lamentablemente mamó, pero su heredero, el compañero Nicolás Maduro, presidente desde 2013, se ordenó a sí mismo gobernar indefinidamente hasta 2030).
El máximo ejemplo de partido-movimiento a la latinoamericana es obviamente Cuba. Fidel Castro fue el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, presidente de Cuba, primer ministro de Cuba y presidente del Consejo de Ministros de Cuba a partir de 1959. En 2006 nombró sin nepotismo a su hermano Raúl Castro, quien culiatornilló hasta 2019, cuando le entregó el poder al pelele Canel, pues el hijo del Supremo Fidel Castro, que también se llama Fidel Castro, prefirió ser socialité a ser líder.
Nadie es perfecto.