La semana pasada murió Adolfo Gilly, una de esas personas que en México ajustan el horizonte de la conciencia. Una sola vez lo vi, por azar, en una librería, y me honró charlando sobre Jorge Cuesta, a quien yo había estudiado en un libro, y sobre Octavio Paz, quien fue su amigo discordante. La discordia es una desavenencia de voluntades pero, claro, cuando esas voluntades son inteligentes, la discordia incluye concordia y avenencia: un cordial concierto de corazones.
Paz le envió una extensa carta en marzo de 1972 a la cárcel de Lecumberri, donde Gilly estaba preso desde 1966. La carta, “un gesto gratuito y generoso”, dirá Gilly, apareció en la revista Plural (“Burocracias celestes y terrestres”). Terminaba diciendo Paz: “Usted escogió el socialismo y por eso está en la cárcel. Este hecho también me lleva a mí a escoger y a condenar a la sociedad que lo encarcela. Así, al menos en ciertos momentos, nuestras diferencias filosóficas y políticas se disuelven y se resuelven en esta proposición: hay que luchar contra una sociedad que encarcela a los disidentes”.
La carta es un complejo ensayo sobre ese momento en el que, luego de Tlatelolco, el sistema comenzaba a resquebrajarse, cuando Paz militaba con Heberto Castillo en la creación de un partido popular. Discutía La revolución interrumpida, el libro que Gilly escribió en la cárcel. Le interesaba sobre todo la parte que Gilly dedica a la “crisis histórica” que provoca Tlatelolco, cuya salida, le parecía a Paz, era la creación “de una gran alianza popular independiente del Estado y el partido oficial”.
Paz discute algunos temas que hoy aplaudirían los ideólogos de la 4T (si la 4T tuviera ideas, y no obsesiones, e ideólogos, y no clones de un iluminado sentimental y voluntarista). Discute la división entre el México “relativamente desarrollado” y el “miserable y estancado”, que es “el fondo de la crisis actual” (y sigue siéndolo); proponía que las empresas públicas descentralizadas recobraran “su función social original” para “resocializar las conquistas del pueblo mexicano, confiscadas por la burguesía para su provecho”. Pero le reprochaba a Gilly que no reconociera el papel de “los técnicos, los estudiantes, los profesores” la clase media que fue la primera “en expresar de manera articulada la oposición crítica al actual estado de cosas”, así como el poder del partido oficial que “a través de sus avatares y cambios de color” sigue siendo “el órgano de control de las masas” (que es donde la guinda 4T deja de leer para declararlo, de nuevo, reaccionario). En fin, que es un documento complejo y largo del que apenas doy breves señales (puede localizarse en línea).
Y siguieron discutiendo siempre en la concordia del respeto intelectual y el amor a la poesía. Un precioso escrito de Gilly, “Estrella y espiral: Octavio Paz” (2014), narra cómo comenzó a leer a Paz en su encierro en Lecumberri, donde “el desequilibrado presidente Díaz Ordaz” mandaba los presos violentos a golpear a los presos políticos. Hubo que organizar guardias y “cada vez que me tocaba velar”, entre las tres y las seis de la mañana, cuenta Gilly, lo hacía acompañado por la poesía de Paz.
El escrito de Gilly figura en Aire en libertad: Octavio Paz y la crítica (FCE, 2015), libro en el que José Antonio Aguilar reunió las conferencias de un coloquio en el CIDE sobre el centenario del nacimiento del poeta.
(El FCE, el CIDE, ahora tan desequilibrados, como tantas otras cosas…)