Continúo revisando el actuar de la Dra. María Elena Álvarez-Buylla al frente del Conacyt, un actuar arraigado en voluntarismos y autoritarismos no del todo diferentes, me parece, a los del licenciado López Obrador, nuestro Máximo Científico Patrio.
Como hemos visto en entregas previas, Álvarez-Buylla agravió gravemente la buena fama de la Dra. Tagüeña y al Foro Consultivo Científico y Tecnológico, y luego, con el enigmático apoyo de la Secretaría de la Función Pública, defenestró a la Dra. Xoconostle, su rival científica, y al Dr. Leopoldo Altamirano, dedicado a una ciencia escasamente “popular”.
Después decidió poner en claro quién manda en la comunidad científica. Para ostentar ese poderío tuvo la mala idea de elegir como víctima a un sabio singular, el Dr. Antonio Lazcano, emérito jefe del Laboratorio de Microbiología del Departamento de Biología Evolutiva de la UNAM, el científico mexicano más reconocido y publicado en el mundo y que, además, es un hombre valiente.
El asedio contra Lazcano se debió a sus críticas públicas contra la política gubernamental de desacreditar a la ciencia, recortarle presupuesto e incluirla en las cotidianas pataletas del antiintelectualismo oficial. Un artículo titulado “¿Quo vadis, Mexican science?” que apareció en julio de 2019 en la esencial revista Science, irritó especialmente a la mera mera.
Una semana más tarde, el Secretario de Adulación Pública Ackerman --valedor oficioso de Alvarez-Buylla (y ¿quien le consiguió el cargo?)-- acusó a Lazcano y a otros críticos como Sergio Aguayo de “montar un ataque injusto y despiadado” (sic) contra el inerme, pobrecito gobierno.
Y unos días después, Lazcano recibió un correo electrónico en el que se le enteraba de su destitución como miembro de la Comisión Dictaminadora del área de biología del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), que administra el Conacyt.
Lazcano había sido elegido para ese cargo (sin sueldo) por 743 pares suyos. Bastó un email autoritario y sin firma para deselegirlo…
Como el Conacyt está decidido a “evitar la impunidad y laxitud (sic) de administraciones pasadas”, se sumergió en sus muy prolijos reglamentos --esos arsenales de posibles castigos y útiles coartadas— y encontró un motivo: Lazcano no se había presentado a unas reuniones plenarias de aquella comisión y, para todo efecto, lo declaró culpable de “impunidad y laxitud”.
Habituada a una pasividad vergonzosa, no contó con que Lazcano se defendería: respondió que avisó en tiempo y forma de sus ausencias, por compromisos académicos en Alemania y Francia, agendados mucho antes de que el Conacyt fijase (a destiempo) las fechas para las plenarias. Como el Conacyt lo ignoró, Lazcano tramitó y recibió un amparo. Pero el Conacyt reiteró que había “perdido la condición de miembro” aunque al ignorar el amparo rompiese la ley…
En marzo de este año, Lazcano recibió la convocatoria a participar en su Comisión Dictaminadora. Lo tomó, dice, como “una retractación medio esquizofrénica de las acusaciones” que recibió el año anterior. Y reiteró sus críticas al manejo del SNI, debidas a “la mezcla de incapacidad, inexperiencia y arrogancia que lo han caracterizado”.
Y a la compulsiva “incontinencia acusatoria” de la directora del Conacyt, que Lazcano se explica en una entrevista reciente con Mauricio Schwarz y recomiendo mucho ver (en nutricióndemonios.com).
En fin, demasiado material y poco espacio para agotarlo. Lo haré pronto en otra parte.
@GmoSheridan