La cantidad de lisonjas que sus cortesanos derraman sobre el Supremo de Supremos son evidencia de que es susceptible a los halagos y los disfruta mucho. Siempre, claro, con una modestia que no tiene comparación en el mundo. Y obviamente les reditúa a sus cortesanos, combatientes en la lucha libre de ver quién cubre al Supremo con piropos más grandilocuentes sin límite de tiempo.

Hasta ahora, las lisonjas se limitaban a la gloria presente (por ejemplo cuando el Secretario de Adulación Pública Ackerman lo alabó como un Gran Científico y a su MoReNa como un faro que encandila al mundo entero). O a la gloria futura, cuando el politólogo ilustrado Fisgón, secretario de la Nacional Formación Política, explicó que las tonterías que hoy comete el Supremo “a la larga” se transforman en sabiduría.

Un expansivo big bang de Grandeza Suprema actual y futura a la que ahora está de moda inflamar hacia el pasado. Pero ya no únicamente hacia los antecedentes nacionales obvios, los que le vienen como anillo al Primer Dedo, es decir, a Juárez y a Madero, esos bautistas paracletos que anunciaron su Gran Advenimiento. No: la grandeza es ahora tan retroactiva que se extiende hasta Aristóteles y Platón, profetas con tanta visión de futuro que presintieron la llegada del Supremo.

Ahí nomás, pinchemente.

Así lo hizo notar a la Patria estupefacta el intelecto inorgánico del señor Fabrizio Mejía Madrid en un encomio titulado “Petrarca va a la mañanera”. Es genial. Se imagina a los griegos y a Tácito y a Cicerón y a Séneca y a Petrarca ahí sentaditos junto a Lord Molécula y los demás Honoris Causa de la información veraz y oportuna. Y no menos deslumbrados por el fulgor y el pañuelito.

Y es que como el Supremo se declaró “humanista”, explica Fabrizio, “no puedo evitar pensar” en esos filósofos. Y en efecto, no lo evitó y pensó. Y ¿qué pensó? Pues pensó en que el aplomo y la bondad y la originalidad y la justicia que emanan del Primer Cerebro Patrio son equivalentes (aunque mejorcitos) que los de aquellos sabios que en el mundo han sido.

Pensó que, como Tácito, nuestro Supremo entiende que la justicia no es “cuestión sólo de obedecer las leyes, sino de reconocerse como seres humanos”. Pensó que, como quiso Cicerón, nuestro Supremo es “un príncipe guiado por el bien general de sus gobernados”. Pensó, como Quintiliano, que nuestro Supremo “tiene como dispositivo a la elocuencia”. Y como Aristóteles, pensó que el Supremo mejora a los ciudadanos, educa a los gobernantes y sepulta “en la infamia eterna” a los corruptos.

Y así pensó y pensó hasta alcanzar la conclusión tajante: “La estrategia de la reforma política que inició Petrarca y terminó con Maquiavelo usó dos virtudes: el carisma moral y la sabiduría práctica. Esas son también las armas de las mañaneras”.

Tal cual.

Todo eso pensó el sabio Fabrizio ante la Mañanera y por no poder evitar ir a leer a todos esos clásicos y pensar y acometer el potente análisis comparativo y tomar muchas notas y filtrarlo todo por su descomunal erudición.

Aunque la verdad es que no pensó. Lo que hizo fue abrir el libro de James Haskins Virtue Politics (Harvard University Press, 2019) y, como es su uso y costumbre, plagiarse la erudición y copipeistear párrafos completos, sin mencionar siquiera el nombre del verdadero erudito.

Pero ¿qué más da? El fakescritor cobró su columna engañando al pueblo. Y el Supremo pondrá en la lista de sus méritos tener mucho “carisma moral”. Y todos contentos…

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