Una estudiante inglesa me somete por e-mail a un interrogatorio sobre mi actitud crítica ante López Obrador (AMLO). Le respondí lo siguiente, glosando a veces material que ya he publicado

Que alrededor de AMLO, esencialmente un priísta, revoloteen hordas de expriístas no se puede ignorar. Y que entre ellos haya priístas que averiaron profundamente la democracia, como Manuel Bartlett, peor.

Cuando fue ungido candidato por el Partido del Trabajo en 2012, López Obrador juró combatir en favor de su “línea de masas”. Alegar que fue una veleidad electoral le faltaría al respeto: el hombre alzó la mano y protestó lealtad a un partido cuya idea del estado ideal es el norcoreano. En 2017, López Obrador volvió a jurarlo. Claro, luego juró acatar las ideas del Partido Encuentro Social, ultraconservador de inspiración evangélica.

La simpatía de López Obrador hacia los dictadores de Cuba, Nicaragua y Venezuela no es ideológica sino instintiva. La idea de ser un líder “obligado” a eternizarse para consumar la “lucha” es una amenaza latente, a pesar de lo que diga. Su táctica de la “revocación del mandato” apunta a esa perpetuación. Que alrededor suyo revoloteen ideólogos de la ultraizquierda que miran en los “movimientos-partidos” de la “izquierda” bolivariana un modelo para México, dista de ser una ocurrencia.

Su desprecio a la clase media, a la ciencia y ahora a las universidades completa el severo revés que significó cancelar la reforma educativa para beneficiar a la ultrarradical CNTE, algo tan grave como es, ahora, la reforma energética estatizante y estatólatra. Estar rodeado de bolivarianos anuncia un fortalecimiento de esa “democracia directa” a la que de por sí ya es propenso este paladín de la tómbola y de la votación a mano alzada. Superada “la fase democrático burguesa” electoral, ¿entrarán, como lo disponen “la táctica y la estrategia” a la etapa “extremar las contradicciones”? Ya han comenzado las convocatorias a la “movilización” en las calles…

No señorita, no es de izquierda, sino un priísta conservador social. Es hasta humillante. En 2006, Adolfo Gilly, un izquierdista auténtico ya decepcionado desde entonces, escribió (“Los mineros, los muertos, los políticos”) contra la hipocresía de quien sumaba a su movimiento al líder sindical Napoleón Gómez Urrutia y a Manuel Bartlett y a tantas otras rémoras pricámbricas. Razonó que su movimiento se decía de izquierda mientras “nutre sus candidaturas de la desintegración progresiva del viejo PRI”. Y concluyó:

“Por razones éticas, sin las cuales no existe izquierda alguna, por motivos morales si se prefiere así, no votaré por Andrés Manuel López Obrador ni por ninguno de sus candidatos: seguro, segurísimo. Dicho en pocas palabras, no les creo ni una sola palabra. Quien olvida a sus muertos y se junta feliz con quienes los mataron no merece confianza ni perdón. Basta ya, pues. Demasiado es demasiado.”

Gómez Urrutia y Bejarano y Bartlett y Yeidckol Polevnsky y otros personajes de ese 2006 que menciona Gilly continúan, 15 años después, viviendo de López Obrador, ese “neoliberalista social”, ese priísta disfrazado de izquierdista, como decía Gilly. Y en eso seguimos…

OTROSÍ: Varios investigadores (ya somos 170) enviamos hace ya 10 días a la Junta de Honor del Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt nuestra denuncia sobre los plagios cometidos por Alejandro Gertz, que nos parece descalifican su membresía. No ha habido respuesta…