“¿Quién los mandó?”, preguntaban los padres de los 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa asesinados en Iguala hace ocho años. Una pregunta lógica, pues habían enviado ahí a sus hijos a estudiar, no a que alguien los mandara a secuestrar camiones en una ciudad llena de gente armada.
La pregunta “¿quién los mandó?” es elemental, como lo saben todos los protocolos de investigación, conscientes de la importancia de entender por qué una víctima se hallaba en el lugar donde fue victimada. No en este caso en el que a nadie le importa que alguien haya ordenado “me juntan a los pelones de Ayotzinapa y me los mandan a Iguala a que me secuestren 20 autobuses para ir a México a protestar por la matanza de Tlatelolco”.
¿A nadie? Bueno, a algunos, como Sergio González Rodríguez que en su libro Los 43 de Iguala (Anagrama, 2015), que abre diciendo “me niego a callar, rehúso incurrir en la amnesia y el desdén”, ya argumentó que descifrar el caso parte de aceptar que los estudiantes “fueron expuestos a riesgos extremos por parte de sus dirigentes”. En 2015, la CNDH también urgió a la PGR a responder “quién los llevó” diciendo que era una pregunta “legítima y enérgica”. (Narro en detalle todo esto en mi libro Paseos por la calle de la amargura, Ed. Debate, 2018).
¿Quién es “alguien”? No se sabe y, en tanto que las investigaciones una y otra vez analizan ese horror sin responder la pregunta de los padres, quizás no ha de saberse nunca. “Alguien” estará vivo y satisfecho de sus actos, convenciéndose de que haberlos mandado a encontrar la muerte no tuvo que ver con la orden que emitió; “alguien” que incluso podrá pensar que la horrible tragedia que desencadenó su orden ha beneficiado su poder y su causa.
Ese señor “Alguien” es el líder supremo de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM), una organización nacida en 1935 con ideas sociales y educativas entendibles en su tiempo y lugar que después, ya convertida en una secta ufana de su carácter “semiclandestino”, ha privatizado las escuelas normales rurales y usa a los normalistas como peones al servicio de una simplona fantasía comunista.
Los jóvenes normalistas están desde hace décadas completamente inermes ante el poder de “Alguien”: deben callar y obedecer, so pena de ser expulsados de su escuela; deben someterse a una “semana de adaptación” durante la cual serán torturados hasta que aprendan a acatar órdenes sin chistar; deben estar en disponibilidad total para que “Alguien” les ordene acudir a un lugar lleno de matones a secuestrar autobuses para que “Alguien” pueda ir a México a negociar política.
“Alguien” tiene un poder que pocos tienen en México: es dueño privado de edificios y dineros públicos; suplanta a la SEP en los exámenes de ingreso; vende servicios de bloqueo de carreteras y cobra por dejar pasar; renta fuerzas de choque, como cuando mandó normalistas a la UNAM a golpearse con los anarkos; subasta servicios de utilidad política para políticos del MoReNa...
¿Dónde andara hoy “Alguien”? Imposible saberlo (es uno de sus muchos privilegios). Estará revisando cuántos nuevos muchachos entraron a sus normales, revisando los resultados de su “semana de adaptación” y planeando a dónde enviarlos a mostrar activismo, si en Chiapas o en Sinaloa o... En todo caso, estará haciendo lo mismo que en septiembre de 2014, cuando decidió mandar 43 jóvenes a Iguala.
Y, claro, estará engordando y durmiendo en paz, en la absoluta paz de los privilegiados...