La semana pasada, en su enésimo informe, el Comandante Supremo explicó las clases sociales: “El burgués, el dueño de los medios de producción, se queda con las ganancias, con la plusvalía, explotando al trabajador, al proletariado.” Es la teoría de Marx que aprendió durante sus 14 años como estudiante de ciencias políticas, pero que ahora, gracias a él, ha evolucionado hacia algo superior: el Humanismo Mexicano.

Burgueses y proletarios son esencialmente los pobres y ricos, pero según lo ha explicado él (los entrecomillados son gugleables) la cosa es harto más complicada. Por ejemplo, si abajo están “el más pobre, el menos pobre, el pobre pobre”, enmedio está “la clase media baja, media media, media alta” mientras que arriba están los ricos. Sólo ahí ya hay ocho clases sociales o estratos, para decirlo con Max Weber (a quien también deja atrás).

De acuerdo con el Humanismo Mexicano, los ricos viven en “Las Lomas, en Santa Fe, en el Pedregal”. Técnicamente se llaman oligarquía, mafia del poder, corruptos, racistas-clasistas, fifís, explotadores, machuchones o conservadores. No son pueblo sino gente; son los “vulgares ambiciosos” que no quieren “nada con el pueblo, y menos con el pueblo raso”, pues son opresores que “tienen como doctrina la hipocresía”. Pero él tolera que sigan arriba, pues “arriba los de abajo no significa abajo los de arriba”.

La clase media vive en la Colonia del Valle, pero es más conservadora que la alta de Las Lomas. Es aspiracionista, de cuello blanco y también egoísta e hipócrita pues “aunque se creen que tienen mayores niveles académicos y pueden ser hasta doctores, intelectuales, están muy desinformados y son muy conservadores, muy reaccionarios”. Quieren “triunfar a toda costa”, “van a la iglesia todos los domingos y se confiesan y comulgan”, pero vuelven a pecar el lunes. Aspiran a llegar arriba para salir de abajo y, por tanto, moralmente van abajo.

Abajo está el “pueblo raso”, el verdadero pueblo, “los excluidos”. Los soldados son pueblo raso; “Hidalgo al que quería era al pueblo raso”; su escritora preferida “está llena de buenos sentimientos, es la que más defiende al pueblo, al pueblo raso, a los más pobres”; “El pueblo raso es el que nos ha sacado a flote” pues es “gente buena” que tiene “una gran reserva de valores culturales, morales, espirituales”. Es la única clase a salvo de pecado, pues “el problema está arriba, no abajo”.

Arriba, las clases alta y media, juntas, son “la minoría rapaz”. A veces “son muy pocos”, a veces son “diez, veinte millones” y a veces hasta “treinta millones”, que es la gente que no votó por él y que ahora va a votar por Xóchitl. Son millones pero “no son afortunadamente mayoría porque el pueblo no está de acuerdo con ese pensamiento que es sinónimo de egoísmo, de individualismo, también de corrupción, de clasismo, de racismo”, y él lo sabe porque fue a decírselo a su palacio el pueblo que sí es mayoría.

Según el Humanismo Mexicano, la clase alta no tiene remedio. Ni modo: “Ya se echaron a perder por la ambición al dinero, por la ambición al poder y eso los ofusca, eso los enajena”. La clase media tendría remedio, pero sólo si se arrepiente de sus pecados y se transforma en “una nueva clase media no aspiracionista, no individualista, no materialista, sino una clase media humanista” y lo demuestra votando por la corcholata.

El que lleva todas las de ganar es el pueblo raso que, como ya es humanista mexicano, no quiere ser aspiracionista, está feliz de estar abajo y no se echará a perder jamás. Felizmente para el Comandante Supremo y su corcholata.

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