Se habló mucho la semana pasada sobre las descalificaciones de Porfirio Muñoz Ledo a la política de El Supremo. Y no poco sobre su respuesta, en la que a su vez éste descalificó al tribuno adjudicando sus opiniones “con todo respeto” a un problema “de la edad”, a la vejez cuando, a su juicio, hay propensión a “hacer el ridículo” y a “cometer muchos errores”. La buena opción, concluyó, es “estarse en paz”.

Fue inevitable pensar en que El Supremo practicó el edadismo, esa forma de discriminación social que es la más común y la menos censurada, a diferencia del racismo y el sexismo, si bien comparte con ellos el prejuicio sumario de desdeñar y agredir semejantes por una condición que no es producto de su voluntad. Y además es idiota en tanto que, en teoría al menos, a viejo quieren llegar todos. Como lo explica Cicerón en su diálogo “Sobre la vejez”, “Todos se afanan en alcanzarla y apenas la logran la culpan de todo”...

Insultar a alguien por viejo equipara la edad con los “defectos” que se supone que la edad agrava. Es común injuriar diciendo “tonto senil”, es decir, es tonto por senil o por senil es tonto. Es en suma un racismo por cronología, un sexismo por antigüedad, pues. Y sin embargo, nuestro Supremo se sumó a ese desprecio contra un grupo social muy vulnerable y se incluyó en la estereotipia que, según Malcolm Sargeant, la gente suele asestar a los viejos: somos excéntricos, latosos, metiches, costosos, enfermizos, sentimentales, ajenos a la realidad, conservadores, poco cooperativos y, por si fuera poco, desagradables físicamente.

No extraña que El Supremo se haya apartado de sus convicciones, pues acostumbra hacerlo. Según su narrativa, los viejos debemos ser respetados. “Ahora que estamos buscando reforzar los valores culturales, morales, espirituales —ha dicho— los adultos mayores son muy importantes”, pues guardamos la sabiduría y los valores hasta para combatir al neoliberalismo y al individualismo. Somos, en suma, el centro de la familia mexicana, que a su vez es el centro de la seguridad social.

En otros lados se aborrece a los viejos también por ser costosos. No en México. El pasado enero, la “Pensión para el Bienestar de las Personas Adultas Mayores” alcanzó la cifra de 10 millones, 259 mil beneficiarios que reciben 3 mil 850 pesos bimestrales (casi 8 mil si son pareja), lo que significará una erogación de 303 mil 700 millones de pesos en 2023. Y hace un año auguró que en 2024 (el año en que El Supremo se supone que se retirará a su finca campestre), aumentará a 600 mil millones.

Otros millones, los de familiares de esos “ancianos respetables”, difícilmente acusarán a sus abuelos de “cometer muchos errores”, y les impedirán “hacer el ridículo” a la hora de votar por el gobierno que les agradece “su contribución al desarrollo de México, es una pequeña recompensa, un pequeño reconocimiento”, como dice el presidente.

También anunció hace poco el Comandante Supremo que “yo voy a recibir mi tarjeta porque era a partir de los 68 años y ahora es partir de los 65. Cumpliré 68 años en noviembre. Ya tengo mi tarjeta y la voy a recibir. Esta pensión es universal y no nada más es para los pobres”. Muy bien.

Sus obligaciones a cambio de ese dinero, se deduce, serán no hacer el ridículo, no cometer muchos errores y estarse en paz. Y además otra responsabilidad particular que ha encomendado a “los ancianos respetables” (como suele llamarlos), que consiste en leerle a sus nietos la “Cartilla moral” de Alfonso Reyes, lo que no deja de parecerme un compló para lograr que hasta los nietos comiencen a discriminarnos...

para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, planes para el fin de semana, Qatar 2022 y muchas opciones más.

Google News

TEMAS RELACIONADOS