Ella sólo le pide permiso a su padre cuando sabe que él va a acceder. Brigid, la mayor de las tres hijas, toca la espalda de aquel hombre y su voz dulce demanda y todo le es concedido. Leí lo anterior en el relato de Pierre Michon, Fervor de Bridge. Y como lo comprendí, este acto mostraba que la sabiduría y belleza de Bridge conocían la magia del momento oportuno; podría pedir cualquier cosa a su padre y cualquier cosa habría ella obtenido; sin necesidad de rogar o humillarse, ella conocía la gravedad de su belleza y el influjo de su encanto. Conocerse a sí mismo no es sencillo porque finalmente somos tantos contenidos en el cuerpo de una persona: un ejército. Brigid no sólo se conocía, a ella y a su padre, sino la debilidad de los otros, la oportunidad y el momento justo. Este breve pasaje me hizo pensar en si en verdad existe el sentido común. En lo personal no lo creo, así como desde el siglo XVIII el filósofo de Weimar, J.G. Herder, desconfiaba de que existiera una especie de sentido común que habría de imponerse por encima de nuestras excéntricas conductas individuales, yo tampoco creo que esa nube prudente abarque todos nuestros cielos. Un ejemplo a la mano es el señor presidente: ¿él posee sentido común? Sus decisiones nos dicen que no y no añadiré más hasta que sea necesario. Cuando alguien te dice; “Utiliza tu sentido común”, ¿qué quiere decir?, no lo sé: tal vez considera que este sentido es una especie de cosa que uno puede utilizar y aplicar para obrar como se debe. Me parece tal una creencia desmesurada, aunque entre alguna gente puede resultar útil.
El único sentido común es el acuerdo entre varios: estos varios dicen “vamos a hacer tal cosa porque nos conviene”, aceptan y ya está. Lo hacen y se evitan conflagraciones y convivencias maltratadas. Me es difícil suponer que todos sabemos o coincidimos en un sentido común que castiga o transforma en un idiota o un marginal a quien no lo sigue. Sólo basta observar la conducta humana: los seres humanos siguen y cumplen reglas, pero no un sentido común mitológico que rige el conjunto de nuestras vidas. ¿Qué significa entonces que la mayor parte de las personas crean en la existencia de este sentido? Es un hecho que lo creen y se sienten orgullosas de poseerlo y llevarlo a la práctica. Quiero pensar que se trata de una especie de actitud religiosa: un dios observa nuestra conducta y nuestros actos y nos marca el camino que indica el sentido comunal. Nos ligamos a esa idea, la existencia de este sentido, porque tenemos miedo de que otros se comporten de manera absurda, diversa, extravagante. Nos aterra que no sean normales. Finalmente, el sentido común no es otra cosa que una mezcla de lógica, tradición o costumbre, afinidades neuronales y comportamiento habitual. Y la relación que hay entre todas ellas da lugar a la concepción de un mito tan divulgado y concebido a la manera de una “verdad absoluta”, como pensaba Herder. Es normal, por lo tanto, que las discusiones comunes, sean sobre política, arte o cualquier otro tema se encuentren guiadas por un sentido común que nos dice que la belleza, la bondad o el bien son evidentes. ¿Ha creado el sentido común un país equilibrado, justo y capaz de progresar? En absoluto: sus habitantes hacemos lo que nos viene en gana mientras podamos evitar el castigo. Más bien somos pasajeros de la nave de los locos, de los aventureros que actúan por cuenta propia. Los criminales, los cuales abundan en nuestros días, son los únicos que podrían presumir de un tipo de sentido común. ¿Cómo no delinquir en un país que te invita a hacerlo? Vaya, vaya.