Es posible la rebeldía en este tiempo? Me refiero a una rebeldía individual o comunal que se oponga por principio a la autoridad ciega, a cualquier poder opresor, a los sistemas de control que concibe y conducen tanto un gobierno, un monopolio empresarial, una masa prejuiciosa, rígida, consistente y arrolladora, una pobreza concentrada en sí misma para sobrevivir e incapaz de pensar o articular salidas o alternativas a su desgracia, una urbe carente de vasos comunicantes o relaciones saludables o creativas, o a una concentración criminal que toma el papel de un segundo Estado y se rige por sus propias leyes. ¿Quién o qué puede bosquejar una liberación o un acto peligroso o de rebeldía en aras de una mayor libertad y una vida individual más plena de auto conocimiento, tiempo libre, afición lúdica, tolerancia, solidaridad social o que se encuentre menos atada a la batuta de economías miserables y restringidas?
Más allá de que he citado el siguiente párrafo varias veces el cual, además, me recuerda las expresiones libertarias de Henry David Thoreau, sólo que escrito 175 años más tarde, me parece que es adecuado para lo que intento expresar: “Rescaten su cuerpo del automóvil, rescaten su imaginación del aparato de televisión; rescaten su riqueza del barril sin fondo del Congreso; sus habilidades manuales de los fabricantes; sus mentes de los argumentos de necesidad y de los mercaderes del miedo y el prejuicio; rescaten la paz de la guerra perpetua. Rescaten sus vidas. Son suyas.” (¿Qué son las revoluciones?; Guy Davenport; Libros Magenta; 2008). Si después de leer las palabras anteriores me preguntan “¿Cómo hacerlo?”, no sabría qué responder canónicamente, excepto que utilicen su imaginación, infórmense bien, desconfíen de los guías ortodoxos, detengan un momento el ritmo enloquecido de su vida diaria, edifiquen formas de supervivencia que no consuman todo su tiempo y detengan el impulso competitivo que los arrastra a estar siempre por debajo de otros competidores, condenándolos así una batalla siempre perdida, eterna y extenuante.
Si uno tiene suerte y a sus manos llegan libros reveladores e inclinados a fortalecer el espíritu de rebeldía e impulso a la imaginación creativa, es posible que no todo esté perdido. Cuando me preguntan acerca de mi pesimismo o misantropía, de inmediato me digo que después de leer a Schopenhauer, Beckett o Cioran no podía yo esperar otra cosa que ahondar el abismo de mi intimidad. Apenas antier charlé acerca del escritor mexicano José Agustín y recordé que la lectura de su novela De Perfil había causado en mi juventud una especie de develación del lenguaje y del desparpajo lúdico y autobiográfico. Se escribía en primera persona, se renunciaba a los monólogos de cariz filosófico, se narraba de manera sencilla la interrogación del joven que se auto descubre, y se instalaba en un presente que no renunciaba a la experiencia primitiva. Después de este descubrimiento leí la mayor parte de su obra y en mi madurez me incliné por Se está haciendo tarde (final en laguna). José Agustín no se afirmó en la auto destrucción, pero sí en el trasiego comunal de lo que en Estados Unidos se conoció como contracultura, pero que en México representaba una oposición o resistencia a las formas dogmáticas provenientes de las estructuras culturales y políticas convertidas en sistemas u organismos de represión o control; todo ello se desprende no sólo de su literatura de ficción; también de su epopeya vivencial y el conocimiento de los participantes que él señaló como rebeldes: jóvenes, artistas, bandas a la contra de un paisaje humano restringido por toda clase de prejuicios morales e institucionales (La contracultura en México; Grijalbo; 1996). “Rescaten su vida”, dice Davenport. Y en esta actitud reconocemos los vestigios de un romanticismo sanguíneo —y plasmado en la historia— el cual podemos bosquejar en tres actos: participar a la hora de definir los límites de nuestra propia libertad; el absoluto repudio a los conflictos originados por ideas y actitudes absolutistas; y un apego a habitar la brevedad de la vida con tolerancia, fraternidad y respeto por los diversos pensamientos y acciones que, sin hacer mayor daño a la sociedad, nos permiten vivir con un mayor confort anímico.