Me parece que la red carece de realidad y que cualquier lector de libros o alguien simplemente atento tenderá a pensar algo similar. La red (ya sin itálicas) es un rodeo interminable que no es posible medir, una metáfora, un vacío del que emergen alaridos. Por supuesto que algunos efectos que esta produce son evidentes o concretos, pero acerca del inconsciente podría afirmarse también algo similar, ya que pese a definirlo y avalar su existencia no sabemos qué es, ni podríamos trazar su extensión. En El discurso vacío, el escritor uruguayo, Mario Levrero, comparaba su inconsciente con su computadora y encontraba en ambos el misterio necesario para la investigación y la literatura: “Creo que la computadora viene a sustituir lo que en un tiempo fue mi inconsciente como campo de investigación”.

Es comprensible que el personaje de esta novela haya pensado de tal modo, pues faltaban pocos años para que el siglo veintiuno arribara como un bólido enloquecido e imponente. El eterno rodeo que la red propone marea, confunde y crea una realidad ya ni siquiera heterogénea, sino creadora de certezas efímeras. Es un concepto más que un instrumento y quien se introduce en ella flota en una nube sin puntos de referencia. Imposible fincar una casa sobre cimientos confiables si se está flotando en el aire. La red social es perfecta para sociedades infantiles y adictas a vicios primigenios e impuestos. Hace varios días envié a esta red una ocurrencia, pues allí incluso los asuntos más serios se tornan algo absurdos: “Les sugiero que en este momento manden al carajo todo lo que están haciendo. Quizás de este abandono espontáneo nazca un mundo menos atarantado e injusto”.

El exhorto pasado me parece adecuado para esta época, ya que si hay una actitud que cada vez se extraña más es la desconfianza del individuo ante el ruido que produce la ansiedad mediática, la información abigarrada y multitudinaria. Si uno sale y camina en la calle se verá rodeado de noticias novedosas, aunque esté acostumbrado a concentrarse en ciertos detalles. ¿Cómo saber qué cosa es una noticia y cuál es su importancia o efecto en la vida propia?

En definitiva, es necesario ser un alguien peatonal y no un don nadie de las redes; caminar a ritmo propio en vez de abordar el bólido desbocado de la comunicación; detenerse a pensar al lado del camino en vez de lanzarse a la corriente impetuosa de la promiscuidad comunicativa. La red es el mundo, no lo sustituye, sino que lo imita. Atragantarse de “mundo” no lleva, sino a una indigestión que lesiona la capacidad de pensar y de formar una personalidad individual. Ya los ensayistas Andoni Alonso e Iñaqui Arzoz ( La nueva ciudad de Dios ) escribieron hace más de veinte años un manifiesto que delineaba la figura de un posible pensador ciberateniense, al que le proponían abandonar cualquier clase de utopía, renunciar a la ciberjerga y no pasar más de un tercio del día conectado a internet. Yo creo que la utopía es imposible de evitar, pues forma parte del lenguaje. Por otra parte, el lenguaje técnico (o jerga) es eficaz para la notación de ciertas disciplinas u oficios, no para la especulación y el intercambio de ideas cuyo origen es humano y diverso. Y bueno, pasar la tercera parte de un día pegado a la computadora —si no es porque se está obligado a hacerlo a causa del empleo o la actividad profesional—, pues es una locura deletérea.

La red es un rodeo, sí, pero en el centro no hay nada. El centro, aún no siendo definitivo, se tiene que inventar. Y para hacerlo es necesario construirse desde otros ámbitos; la amistad, la lectura, los vicios —bien administrados—, el arte, la charla, la rebeldía “a priori”, los viajes, el tiempo dedicado a la reflexión, la atención en el devenir de los asuntos públicos, la asociación entre individuos o pequeños grupos que buscan la disgregación de los monopolios políticos, la distinción entre una noticia importante y aquella que es sólo basura. Si para usted es noticia, por ejemplo, la boda de la hermana de una artista célebre en una casa o espacio al que usted jamás será invitado o invitada debido a su condición social o económica, pues no hay casi nada qué hacer. Lo lamento. Sociedad extraña; huraña para mis pulgas

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