¿Qué tiene de malo el nepotismo si se lleva a cabo de manera sabia? La palabra proviene del latín nêptis, que significa sobrina y ya en eras medievales derivó en sobrino. O nieta y nieto; no podría yo saberlo con toda certeza (no sé nada con absoluta certeza) a pesar de haber consultado los libros convenientes. ¿Qué tal si mi hermana o sobrina, o cualquier familiar cercano, son más duchas y listas para ejercer una función pública que yo? Mal haría en no ofrecerle mi puesto. Tal cosa en la realidad no sucede porque más allá del dilema de la representación popular que, en ciertos casos, algo así provocaría, son pocas personas las que reconocen una virtud ajena que ponga en peligro su cargo, su pontificado (nepote: favorito del pontífice), por más modesto que este sea. ¿Cuántos zapateros enseñaron el oficio a sus hijos y los alumnos resultaron ser más hábiles o diestros que el maestro? Me imagino que un alto número, mas en los tiempos que nos acosan existen pocos zapateros nepotistas y demasiados funcionarios. Debido a que no acostumbramos a dudar, preferimos beber de los prejuicios y después lanzar al aire juicios letales o contundentes. Qué sabiduría la nuestra.

¿Son los insultos alguna forma aceptable de conversación o, al contrario, resultan ser el final del diálogo? No lo sé bien, tal vez intentan asumirse como una forma de comunicación que muestre la pasión o el espíritu de quien los expresa. Se comunican, aun sea a ladridos (¿es esto un insulto?) Y Esa forma de expresarse se extiende hoy en día hacia el infinito, en las redes, en pantanos virtuales en los que no se acostumbra el cara a cara, ni a expresar abiertamente los comentarios, ya que, si son insultos se exponen a recibir una respuesta violenta.

A mí se me insulta profusamente, me lo han escrito varios amigos, de modo que he pasado a explicarles que no leo los comentarios, ni los mensajes que se me envían por medio de Twitter o X, sólo arrojo allí algún comentario o sugerencia de vez en cuando y espero que sirva de centro de reunión para la discusión y el disentimiento. Yo me dedico a mis libros y a mi dulce destrucción, no a tener el celular embarrado en el rostro como una enorme verruga electrónica. La ingenuidad me dice que quien insulta posee todo el derecho a expresarse, pese a que no es capaz de discutir: sólo reacciona contra quien cree que es su enemigo político u opina de forma distinta. No dejo de pensar que los insultos son opiniones que deben irse directamente al excusado. Se les sopesa acaso y se deshace uno de ellas. La más reciente tiene que ver con la palabra o concepto “pueblo” (ya saben: del latín populus: sociedad); y que se refiere al conjunto de personas que habitan una comunidad, una región, un país, etcétera. Es verdad que en algunos casos toma el significado de plebe, o de una porción de la sociedad más afectada en su estar común. Debido a que se ha abusado a un grado superlativo e interesado de esta concepción, yo prefiero ser más específico y referirme —en vez de pueblo— a la gente más débil económica y socialmente ignorada por los poderes públicos o de gobierno, humillada, tratada como basura, rezagada, etcétera, pero no al “pueblo”, porque no podría saber exactamente qué es eso, si no es por definición general (sociedad), y me percato cómo se abusa de la palabra hoy en día. Otro de los motivos que suscitan el que se me insulte es muy sencillo: pienso que la justicia no ha tenido lugar en la mayor parte de nuestra sociedad y que debe transformarse en sus órganos legales, pero que ello debe hacerse tomándose el tiempo necesario, vía la conversación entre los diversos poderes de la unión (el conjunto de nuestra servidumbre pública) y mostrando eficacia, no rivalidad dañina.

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