Una piara de años (me agrada nombrarlos así) han pasado desde que respondiera a cierta pregunta asegurando que mi género literario preferido eran los instructivos. Sirvieran estos para armar un mueble, utilizar alguna herramienta, o enlistar las contraindicaciones de un medicamento. En efecto bromeaba, y de paso me mofaba de la literatura de ficción, etc... sólo deseaba practicar el dadaísmo y mantenerme en forma. Hoy, solemne y sin embargo creo que certero, puedo decir que la lectura ayuda al progreso humano, es decir a mantener abierta la posibilidad de tolerarse, convivir y no hacerse daño entre sí (lo recién sucedido en Guerrero fue un acto cometido por animales depredadores solapados por los responsables de mantener el gobierno y la paz, tanto que todos ellos llaman a la desconfianza: a veces lamento que las palabras no causen agravios de esa gravedad y muerte). Decía que hojear instructivos me alegraba y que leer nos hace más alertas ante el acoso de la maldad. Ya P.B. Shelley llegó a afirmar que la imaginación es el principal instrumento del bien. Y, como es natural inferir, sin lenguaje el pensamiento resulta imposible. Es por ello que algunos tenemos la impresión de que la mayoría de las veces los debates o enfrentamientos políticos actuales son más propios de llevarse a cabo en una jaula zoológica; con todo respeto.

La relación entre lo que, en palabras generales, llamamos “escuela”, no está ligado al saber ético. Allí se obtiene cierto conocimiento de uno o algunos temas, se conocen amistades, se suma uno a determinadas estructuras como si fuéramos tornillos, o se amansa el ímpetu rebelde. Sin embargo, algunos autodidactas (aun a veces asistiendo a colegios) pueden llegar a convertirse en seres más complejos, profundos y conocedores de su entorno humano: El problema que asuela a los autodidactas es que la mayoría se halla fuera de las instituciones “educativas” que administran el conocimiento y que son capaces de ofrecer un estatus o una progresión jerárquica y que, en consecuencia, otorgan privilegios y así reconocimiento, dinero y la conciencia de formar parte de una comunidad.

La política es el nombre popular que utilizamos para el cumplimento de los preceptos éticos. La ética no es la tertulia de las opiniones acerca de lo público, muy respetables algunas, sino la construcción de horizontes capaces de orientarnos hacia la realización del bien. La filósofa Victoria Camps (Ética, retórica, política; Alianza, 1988) escribió que el fenómeno de la comprensión es lingüís tico y circular; es decir que al unir lo comprendido con quien lo comprende se tiende a la universalidad. ¿Por qué entonces advierto tanto desprecio en los ámbitos del conocimiento ético y humanista, y un crecimiento enérgico de las áreas del saber técnico? Lo he sugerido líneas atrás. No es inútil afirmar que luego de actos tan alejados entre sí (histórica y geográficamente) como el genocidio judío y las constantes decapitaciones en nuestro país, el concepto de humanismo ha quedado invalidado. Han transcurrido ochenta años desde la masacre perpetrada por los nazis impulsados por el consentimiento de la sociedad alemana, cuando ya ese país, Alemania, posee un poder económico y técnico de alcances imprevistos. Sus deseos de exterminar el juicio moral arrojan a ese país a la técnica que no produce palabras y no logra interpretar la historia en términos de bien y mal.

Cuando desactivamos la educación pública, en especial las humanidades y ponemos más atención en el quehacer físico, verificable, técnico que ofrece la escuela, se deja libre el camino al cáncer de la violencia. En La ignorancia de los eruditos (Editorial Ficticia, 2025), el ensayista inglés, William Hazlitt, escribe que los libros ya no son nuestros anteojos para interpretar la realidad y que los “ratones de biblioteca se envuelven en una red de generalizaciones verbales que sólo les permite ver la sombra de las cosas”. De la relación entre los diversos aspectos del conocimiento humano (éticos, técnicos, artísticos) depende la complejidad y el progreso de la mente humana y, por lo tanto, de las sociedades que esta imagina. El humanismo, como teoría que otorga los mismos derechos y constitución moral a la totalidad de los seres humanos se tambalea (las cabezas cercenadas sobre el cofre de un automóvil en Guerrero son prueba de ello) y se ha desacreditado un poco más a partir de los actos que ensucian los tiempos recientes. Todo se relaciona con todo. Un mayor fortalecimiento del conocimiento ético que se encuentre por encima (o al parejo) de la mecánica política cotidiana y que se oponga a la constante disminución de la educación lingüística y humana abriría la posibilidad de que los humanos continúen siendo una especie ligada a los ideales de progreso y supervivencia. No cero que algo así suceda: me alegro de no tener hijos.

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