Cada vez que me quiero sentir un poco más distraído de lo que marcan los cánones busco alguna película en Netflix. Cuando llego acabado a casa y requiero ver algo todavía más predecible de lo que mi extraviada imaginación me impone, miro algo de carroña para envenenar la sensibilidad; así que me entrego a la oferta de Netflix y pienso que esa clase de droga es superior a la heroína, cocaína o DMT, puesto que, si lo reflexionamos bien, la mayor parte de su contenido es imaginación degradada que se ofrece como obra original o artística (sí; hay excepciones; ciertos documentales; unas cuantas ficciones, pero las buenas obras del pasado allí se han esfumado: historia evaporada; culto a la novedad). Me alegra mucho desempeñar este performance, ya que no existe sustancia así de somnífera y cínica como la mayoría de las películas y series que aparecen en esta plataforma. Me encuentro al tanto de que existen otras opciones o empresas orientadas al cine de arte (el mercado lo abarca todo), pero de ninguna manera quiero ser diferente; ninguna alucinación o sustancia me había hecho sentir tan complacido (ni siquiera el café o el azúcar): el entretenimiento carece de fondo; se trata de tretas estéticas en las que el vacío es sustento: metafísica cámbrica, croquetas para masticar mientras el tiempo transcurre. Sé que el arte se alimenta de las excepciones, ¿pero —y tal es mi temor— estas películas y series son lo que “consumen” quienes van a votar por puestos de elección popular? El país seguramente está bien en sus manos; que yo considere rehenes o víctimas a los miembros de este público no es que lo sean, sólo quiero decir que en la oferta de las productoras globales existe algo de religión de masas y superchería extendida. ¿Quieren muertes a raudales, autos explotando cada cinco segundos, una mujer raptada o una niña desaparecida, un detective borracho, un policía que va contra las normas, una infidelidad que termina en crimen, un grupo de detectives resolviendo entuertos, una casa abandonada y misteriosa, un bosque tenebroso? Vean Netflix y anexas. Es la masturbación por antonomasia, la repetición que insiste en el anti-progreso: la corrección algorítmica. ¿Me sorprende? No, al contrario; de esto se trata la esencia de Netflix y otras empresas, el propósito implícito es uniformar el gusto contemporáneo y que los algoritmos construyan salchichas para asar los domingos, es decir, felicidad dominical para olvidarse de pensar. Nos transformamos, por decisión propia, en autómatas incapaces de ejercer la critica a fondo. La Ilustración jamás existió. Tampoco el liberalismo inteligente o la izquierda progresista; qué clase de engaño extraordinario; qué manera de hacernos creer que somos parte de la historia sumándonos a una ilusión política. Maquiavelo, quien escribió, quizás, el primer libro de teoría política moderna, lo sabía: no es posible que haya concordia natural ente gobernantes y gobernados, pese a nuestros grandes e imponentes ideales (les sugiero leer el libro de Humberto Schettino, Maquiavelo y la política —editorial Ficticia; 2019—: ensayo sencillo e ilustrador).
En el siglo XVII el teólogo sajón, Angelus Silesius, dijo algo bastante curioso: dado que el alma sólo puede ser penetrada por dios, seguirá siendo virgen, aunque puede quedar encinta de él tantas veces como a ella le plazca. El concepto de democracia (justicia real para la mayoría), añado por mi cuenta, continuará siendo virgen, aunque posea tanta publicidad acosadora. Es común que en la actualidad nos mofemos de todos los argumentos teológicos. Leszek Kolakowski consideraba injusto que toda la humanidad hubiera sido castigada por el romance de una pareja de origen remoto, Adán y Eva, que simplemente hizo lo que hoy continuamos haciendo todos los días más allá de que se castigue a nadie por un coito o una sencilla aproximación carnal. Sin embargo, los pecados capitales o los anatemas contra la incorrección continúan siendo perseguidos.
Cuando no logro dormir ni tampoco soy capaz de concentrarme en alguna lectura enciendo el televisor y emprendo un viaje íntimo al limbo en el que la distracción va guiando mi atención. Netflix y todas las empresas “inteligentes” edificadas para alimentar al ser sin atributos han mermado ya, en gran parte, la capacidad humana de crear comunidades inteligentes no artificiales. ¿Alguien podría objetar algo a lo que acabo de escribir? Claro, la mayoría.