Envié un mensaje a las redes; decía que la mayoría de los días me son insoportables porque debo pasarlos a mi lado. Me pareció gracioso, pero, en seguida, luego de haberlo enviado se volvió un poco trágico, ya que no estaba mintiendo. Maldita sea. Cuando veo a tanta gente exhibirse, desear un puesto político, anhelar la celebridad me pregunto: ¿no se cansan de sí mismos? ¿No aborrecen su voz? Y no me refiero a la vida que llevan o al trabajo que realizan, ni siquiera aludo a sus rostros, más bien hago énfasis en algo diferente: contra Sócrates ¿no les parece insoportable el autoconocimiento? Abrir los ojos en las mañanas y preguntarse: ¿todavía sigo aquí? En caso de no ser así entonces son unos héroes, verdaderos obreros o soldados de la felicidad y de la seguridad. “Es un inseguro”, he escuchado decir no sólo acerca de mi persona, sino sobre otra gente. ¿Pero quién es seguro por antonomasia? No sé, me imagino que una remolacha humana.
Sábado antepasado me embistió un metrobús en la avenida Benjamín Franklin. Me resbalé cuando intentaba rodear unas plantas que recién habían sido sembradas y mi caída la contuvo el costado del velocísimo autobús que me pegó en el brazo y la pierna derecha y me lanzó al suelo. Ante el asombro de los testigos me levanté y seguí mi camino ya que tenía una cita importante. Mi padre me enseñó a jamás faltar a una cita y sólo he fallado dos veces en la vida, la primera porque tenía que encontrarme con una actriz famosa, muy guapa y repentinamente me acorraló la inseguridad, como dicen, y cancelé el encuentro. La segunda ocasión me equivoqué de día; y mi amiga, arquitecta y luchadora de la UFC no lo toleró y se alejó para siempre de mí. Cien mil veces carajo. En fin, el metrobús que me embistió no se detuvo pese a que el golpe contra la lámina se escuchó en los alrededores de una cuadra entera. Sin embargo, yo sí me paré, o me puse de pie, y asistí a mi cita. En cinco décadas recorriendo la ciudad es la primera vez que me atropellan, tal es la razón por la que les narro un episodio de tan poco interés. Me disculpo con ustedes, y también lo hago si abollé aquella saeta del transporte público.
Gianni Vattimo murió el pasado 19 de septiembre y su deceso significó un temblor de 8 grados en mi persona; lo leí desde muy joven, puesto que nos ofrecía una alternativa más adecuada para pensar el mundo actual. Vattimo escribió que “pensar es elevarse a la altura de los tiempos”, pero él hizo lo contrario: descendió a la altura de nuestros tiempos.
Estoy cierto de que escribo en un periódico y no en una revista temática, mas permítanme, además de expresar mi pesar por la muerte del filósofo italiano, esbozar unas migajas de su pensamiento: 1.- No hay verdad absoluta, sino retórica o puro rollo que intenta considerarse verdadero; 2.- Esa retórica recupera las huellas de lo vivo, de la relación entre culturas y seres diferentes; 3.- La interpretación que hacemos de lo que se manifiesta como verdadero, es la que nos ofrece la posibilidad de inventar fundamentos y principios para vivir; 4.- Hay que saber habitar el ocaso y desterrar los pensamientos impositivos, fuertes o categóricos. No en vano, Vattimo es conocido como el mayor representante del “Pensamiento Débil”. Yo creo que en su filosofía hay residuos de otro italiano, Giambattista Vico (1688-1744), pero eso es otro asunto. Las ideas no le pertenecen a nadie. Este pensamiento débil tenía la intención de hacer más flexibles nuestras nociones de verdad, sistema y de lenguaje unívoco o cerrado.
No es gratuito que ahora pueda yo aquí escribir acerca del hartazgo de uno mismo, de mi accidente y de un filósofo recién fallecido. Creo que es la manera que tenemos algunos escritores de moldear y estimular la libertad, sin pasar por ningún tribunal.
No sé porque algunos se ponen rígidos apenas escuchan la palabra “filósofo”; estos pobres pensadores son parte de una gran novela donde ustedes y yo estamos incluidos.
Lo primero no lo logré debido a mi clase social, a mi insolencia y a que no sé hacer relaciones ni genuflexiones con los meros meros; tampoco pude ser filósofo porque viví en La Portales y en Villa Coapa (¿qué filósofo respetable podría emerger de aquellos rumbos?) Además, carezco de estudios académicos prestigiosos y hoy nada sucede fuera de las tecno estructuras académicas (allí no llegó el pensamiento débil). Maldito metrobús; se trataba de una especie de bendición que no supo hacer lo suyo.