A pesar de que la vejez no me seduce demasiado, y tantas fiestas decembrinas y holocaustos de calendario me han convertido en alguien más amargado, continúo teniendo deseos. Y escribo una lista de acciones o acontecimientos para los días venideros. Encabeza la lista mi necesidad de quedarme sin amigos: ello da lugar a una mayor libertad que incluso la de vivir sin deudas y sin amores. Toda amistad posee una fecha de caducidad: ¡malditos hipócritas! Yo no requiero de amistades, sino de seres a quienes observar y que, además, alimenten mi curiosidad. También me gustaría, algo imposible, que no existieran escritores más allá de mí. Quiero ser el único. ¿No se percatan de sus limitaciones? ¿De su ansiedad por ser leídos y alcanzar algún tipo de celebridad? Observas su afán zalamero, su vanidad de seres deteriorados, su talento clasista, incompleto, parcial y mercadotécnico, su tontería literaria, te percatas de ello y entonces te embargan deseos de tirarte a llorar, presa de una soledad casi absoluta. Escribir y calcular son acciones distintas , pero renuncio a explicarme, puesto que ello me haría aún más desgraciado. Otro íntimo deseo es llegar a cumplir 95 años, sólo para percatarme de que debería haberme muerto 40 años antes. Quienes se cuidan demasiado viven poco, soy testigo de ello; hay una decena de amigos que, según expresaban, carecían de vicios, y hoy son alimento de gusanos, o cenizas dispersas. Si la vida es excitante es porque se resiste a los patrones y a los dogmas éticos de la salud. Si alguien te llama viejo o borracho es porque se refiere exclusivamente a sus prejuicios y a su experiencia. Es casi un mandamiento que la opinión de los demás no te importe demasiado. En consecuencia, entre más desprecies a los demás, la tranquilidad y el sosiego estarán de tu parte.
Uno no debe amar a todos o a la humanidad, al contrario, en todo caso: ¡desprecia a todos y serás libre! Las parejas, esposas, novios, compañeros, amantes de mis amigos en general, nadan en un lodo de espuma, en una alberca de cianuro, pero son felices, ya que poseen un lugar. Y me alegra su felicidad y posición, puesto que soy un ser sensible a la felicidadde los otros. No envidio la risa, el gozo, la dicha ajena, aunque sea efímera. Sin embargo, mientras quienes me llaman misógino, vicioso, arrogante y demás, no logran salir del fango, yo nado en esas arenas tranquilamente y hasta les puedo dar consejo, si lo desean. Más allá de ostentar alguna clase de superioridad moral, es la experiencia amable, no traumática, la que puede llevarme a auxiliar a las personas cuyos juicios dogmáticos las llevan a creer que tienen razón. Hay que mantenerse alertas para no tropezar con juicios tiránicos y extravagancias éticas. Me excuso si he convertido, este lunes, mi columna en un exabrupto personal, no volverá a suceder; pero leo tantas noticias y análisis importantes y trascendentales en los medios, cada día más lejanos a mi interminable educación, que no sé con quien estoy tratando o a quien estoy leyendo. A causa de ello me esfuerzo para que el lector tenga una somera noción de quién es la persona que escribe estas letras con la finalidad de charlar y no sentirnostan solos. Acompañarnos.
No desearía coincidir con ustedes en nuestros odios o ideas políticas, ya que los individuos de cualquier género somos seres excepcionales, sino ofrecerles una escueta idea de quien escribe estas letras. ¿La filosofía del sujeto? No voy a escribir acerca de eso. No nos apantallen con su conocimiento y verborrea; más bien, uno debería intentar ubicarse en un tablero general, ambiguo y movedizo; el de la comunicación contemporánea que todavía acepta la cultura como diversidad. Por otra parte, quienes defienden el humanismo, el feminismo, la diversidad de género, no terminen enterrándolos, clausurándolos, poniéndoles en la madre vía su buena voluntad, sus prejuicios y su analfabetismo. En fin, como escribiría un dadaísta: estos son mis deseos hoy, no sé mañana. Y un posdata: jamás volveré a disculparme; no sé mañana.