Sería deseable, por el bien de todos, que los ensayistas, filósofos o pensadores más críticos escriban bien o sencillamente. “¿Y a quién podría importarle tal cosa?”, rezongaría alguien no acostumbrado a la lectura. A cualquiera se le debe exigir que realice de la mejor manera posible el oficio que presume. El mecánico, el electricista, el médico o el carpintero se hallan más provistos de pruebas para medir la eficacia de su trabajo que un filósofo, un ensayista político o un profesor de ética.
El esfuerzo ensayístico que desde hace años lleva a cabo L. M. Oliveira viene a cuento hoy que las opiniones acerca de lo social, la discusión política y las descalificaciones provienen de todos los puntos cardinales. Su libro más reciente No puedo respirar (un ensayo sobre la igualdad), publicado este año por Taurus, es un auxilio para que las personas comunes y lectores de periódicos logremos hacernos preguntas más adecuadas con respecto a eso que llamamos realidad, convivencia cotidiana, justicia o hechos morales.
Y es que alguna vez llegamos a preguntarnos ¿por qué debo obedecer tales leyes? ¿Es bueno castigar el asesinato con la muerte de los culpables? ¿Por qué alguien afirma que todos somos iguales cuando es evidente que somos diferentes? “Si las normas morales no están bien fundamentadas —el machismo es un claro ejemplo— es hora de meterlas al cajón de lo obsoleto”, escribe en esta obra L. M. Oliveira.
Cuando un libro cuya profundidad es evidente resulta sencillo de leer, invita a la participación y a la conversación, al asentimiento o a la polémica, pero sobre todo modifica o afirma nuestras opiniones y acciones acerca de lo que nos acontece en los terrenos del bien y del mal, de la lucha diaria tratando de evitar las injusticias y el acoso de los criminales, y acerca de nuestro esfuerzo para deshacernos de los malos gobernantes, provengan estos de cualquier orientación política o de alguna moralidad inventada o impuesta. L. M. Oliveira es escritor y además profesor de filosofía, y pensador de los dilemas éticos.
En su libro reciente nos relata episodios lúgubres y criminales —como el martirio que los exiliados centroamericanos viven en México cuando se vuelven presa de las bandas criminales; la violación y constante vejación de las mujeres y de las personas más débiles a manos de delincuentes, machistas, o familiares; o el acoso sexual de los sacerdotes a sus ingenuos feligreses; etc.…—, al tiempo que reflexiona acerca de la igualdad, la equidad, la ética y los entuertos morales.
Lo hace de la mano de pensadores y filósofos tanto antiguos como otros de llana actualidad (Platón; Ronald Dworkin; Mary Midgley; Martha Nussbaum; T. M. Scanlon; Amartya Sen; Luis Villoro; o el etólogo Frans de Waal, etc....). Quiero decir que, desde su escritura clara, a veces incluso dotada de cierta aura poética, L. M. Oliveira nos propone una mesa abierta para discutir acerca de los problemas morales y principalmente de la Igualdad.
“La Ética no debe confundirse con la ley”, escribe Oliveira (la mayúscula es suya), ya que hay normas más allá del Estado. Y el principio y concepto de Igualdad moral entre los seres humanos es un fundamento para determinar los hechos buenos y justos. El contrato social difiere del principio de igualdad el cual tendría que ser una piedra firme sobre la que construir nuestras certezas morales.
Rechaza el relativismo cínico, y difiere de aquellos que piensan que la igualdad es relativa y no supeditada a principios estables. En pocas palabras busca —en medio de la selva que se vive en las democracias estériles y ante el ataque de la criminalidad— principios firmes, como la igualdad, a partir de los que logremos acuerdos duraderos, sustanciales o esenciales, y no pasajeros o acomodaticios.
Si bien, como lector, tendría yo mínimas acotaciones personales con respecto a determinadas concepciones de la igualdad, celebro que un libro legible o gentil en su escritura y de indudable profundidad haya sido publicado, pues nos lleva a discernir, más allá de su tema principal, acerca de lo que es necesario para sobrevivir en estos tiempos de alevosa rapiña política, de dictaduras mudas y otras vocingleras, de inequidad económica y de tan copioso abuso de los más débiles.
Los libros que escribimos al respecto de la moral o las acciones y principios éticos (Oliveira distingue moral de Ética) apenas si logran conmover la realidad injusta y a sus cómplices más poderosos; pero se escriben con voluntad generosa y porque uno se halla a disgusto viviendo en esta tierra.