La suma de todos los presentes ocurridos en el “pasado” hace posible que podamos decir “hoy”. La suma de todos los momentos vividos y recordados, nos ofrecen la posibilidad de decir que tenemos una “vida”. Por eso me atrevo a contar aquí, o a dejar constancia, de algunos sucesos y reflexiones ocurridas la semana pasada y que me plantan nuevamente en el “aquí”. Durante la presentación de un libro que ya glosaré en una columna siguiente, se me ocurrió citar a Mark Twain cuando escribe en Reflexiones contra la religión: “Las biblias contienen uno o dos defectos curiosos; uno de ellos es que todas se caracterizan por una patética pobreza inventiva”. En respuesta, una talentosa participante de la mesa se incomodó por la sentencia y afirmó que sólo bastaba el ejemplo la Biblia hebrea para contradecir la sentencia. Por supuesto tenía razón; ese libro escrito por infinidad de personas es generoso en su imaginación y además multicitado. El dilema proviene cuando se lee con devoción sagrada y entonces la literatura que contiene el libro se transforma en una parábola dogmática. Por otra parte, recordé un aforismo: “No hay peor libro cuando es el único que se lee”, y ello confortó mis penas.
Durante una reunión a la que no debí asistir (mi edad tiene ya que anclarme a una silla o a una cama) escuché decir una serie de lúcidas atrocidades y disparates a dos personas que consideraba yo sagaces y críticas. Por principio, no me debí sorprender, pues uno debe dar por sentado que los demás tienen razón. Y se acabó. A sufrir. A continuar practicando la mirada baja. No es mala manera de asumir el mundo. Y, sin embargo, las tonterías son dolorosas y echan a perder el día. Entonces me dije: “México eligió no pensar”, y yo mismo me sorprendí ante tan demagógica sentencia. Me alivió recordar que el filósofo mexicano, Antonio Caso, llegó a afirmar —inspirado en Jules de Gaultier— que México sufría de Bovarismo el cual consiste en “la facultad de concebirse diferente a como se es”. Es decir: sumido en idealismos absurdos, deja de cumplir con sus obligaciones presentes y que reclaman la acción benefactora, no el sueño ni la postura abstracta. Descuida la realidad que bien podría modificar para poder disfrutarla y centra su atención en una realidad de leyenda.
Por otra parte, hace unos días escuché o leí que se multaría a quien fumara en el Zócalo o en no sé dónde más. Yo nunca he fumado, pero respeto la libertad de las personas y creo que a partir de buenas leyes es posible administrar dicha libertad. A mí no me molestan los fumadores y si sus vicios los hacen felices, entonces su gozo es un bien para mí y por lo tanto para la buena convivencia, aunque tenga que aspirar su humo. Tremenda sociedad sometida por sus prejuicios. Respeto a la señora gobernadora y he intentado respetar al señor presidente —ya perdí muchos amigos por esa causa—, pero no estoy de ninguna manera de acuerdo con la mitad de sus decisiones. Cuánto daño les han hecho a los gobernantes los zalameros y arrastrados, más incluso que los detractores furibundos. De modo que es mi deber ejercer la crítica por mera probidad intelectual. Un país en donde el narcotráfico gobierna en gran medida y, además, se prohíbe fumar en el Zócalo, es una entidad enferma de Bovarismo. A mí, al menos, me parece una contradicción política. Al narcotráfico no se le combate con las armas ni con los pactos políticos, sino con una legislación adecuada y apegada a la realidad y a la libertad bien administrada y alejada de los prejuicios; no con el Bovarismo.
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