Cuando llega ese momento en el que pierdes interés acerca de lo que opinan otros y otras sobre de tu persona o pensamiento es que finalmente la libertad se hace presente o al menos anuncia su llegada. El ego es como un dios que rehúsa suicidarse, así que uno sólo debe esperar a que sus energías se agoten. Y se agotan sobre todo cuando ese ego te lleva a creer que eres alguien que merece reconocimiento o respeto. Qué absurdo exigir algo así cuando la vejación es un deporte tan concurrido. Existe quien sólo con su presencia encarna una falta de respeto a la prudencia y a la belleza moral, como hay otros cuyas opiniones mismas son algo parecido a apedrear a los caídos, son impunes y bárbaras. Todo ser sensible cree que vive en la peor de las épocas posibles, aunque el resto de ellas sean un mito o un relato de la historia. A mí me han tratado de asaltar tantas veces e incluso llegué a pensar que se trataba de una conflagración en contra de mi persona. Sólo lo han logrado tres veces y no estaba yo en condiciones de defenderme, pues pensaba que el asalto le estaba sucediendo a otro, no a mí. Era algo parecido a ver una película en la que un personaje es agredido por unos patanes; incluso observaba pacientemente a mis asaltantes hasta el punto de desear pedirles un autógrafo. Sé que se trata de una tontería porque apenas si tienen tiempo de salir corriendo, mas perfectamente podría yo sugerirles que me invitaran a comer utilizando parte de lo que me han robado.

Las personas tienen derecho a opinar o a querer hacerse las graciosas con tal de recibir aplausos o carantoñas. He escuchado a un profesor, estudioso o académico referirse despectivamente acerca de quienes opinamos en los periódicos porque lo que sabemos no lo conocemos a fondo. ¿Pero quién está seguro de sus opiniones? Uno deduce de su experiencia que algo anda mal y no tenemos por qué dejar de expresarlo. Las inducciones o indagaciones pueden llegar a ser interminables y ocupar más tiempo del que disponemos, de manera que practicamos el método deductivo para opinar aunque no sepamos a fondo qué significa eso. Cuando pienso que Dostoievski, Joseph Roth, Georges Orwell, Jorge Ibargüengoitia o Francisco Umbral escribieron en periódicos y opinaron acerca de los más diversos temas me parece que hicieron un poco más interesante el mundo. Claro que resulta triste que se le dedique espacio escrito a los políticos o buscadores de voto y poder, es decepcionante prestar atención a lo que se escribe de una señora que desea ser presidenta cuando apenas si ha leído dos o tres libros y desconoce el país que desea gobernar; experta en el pleito ridículo y popular pasa por alto el conocimiento más profundo de su entorno: el ego no se lo permitiría y su experiencia no es suficiente como para que sus deducciones cultiven el bien común. No obstante, quienes opinan al respecto de política popular —más que de ética de las sociedades— están jugando o sumándose a la verbena de plazuela. Están de fiesta, ya sea que opinen en contra de la señora política que usa finas mascadas o que utilicen su tiempo en tejer loas a esas desagradables ocurrencias humanas. Y, sin embargo, quienes opinan tienen derecho a hacerlo; de lo contrario no viviríamos en la peor de las épocas posibles.

Al principio escribí que ser refractario o indiferente a las opiniones que se hacen sobre uno mismo se aproxima mucho a experimentar la libertad. Es así; hace unos días fui invitado a un programa de variedades y fui tratado muy amablemente, pero yo miraba todo con cierta curiosidad y no me interesaba expresar nada inteligente, divertido o profundo: actuaba como espectador de la circunstancia. Fui gentil, como debe ser, mas tenía la sensación de que todo le sucedía a otra persona. Después me pregunté desde cuándo el arte ha dejado de ser peligroso y los artistas han dejado de tener voz o presencia. Recordé a un secretario de educación en medio de caudillos queriendo ser presidente, a un muralista empuñando una pistola, y no pude evitar sentir nostalgia de aquellos tiempos en que los intelectuales y artistas se hacían escuchar ante un público mayor. Tiempos en que los artistas peleaban y tenían conciencia de que el arte es importante (el arte como reconocimiento de la complejidad humana), más la cultura que de todas formas se halla ligada a la manera de vivir tradicional y cotidiana (el término cultura popular es más redundante que un clavo que se clava). ¿Desde cuándo los artistas desaparecieron del mapa político? ¿Fue debido a su inteligencia, experiencia o intuición? Quizás están aburridos, tal vez desencantados o consumen su tiempo en ser reconocidos y en obtener medallas de hojalata.

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