“¿Qué sería de nuestras vidas si no acusáramos de criminales a los inocentes y al contrario?” Se terminaría el drama y el mundo se detendría” (leído en una novela). La justicia es anhelada a causa de esta constante actividad incriminadora. Sin embargo, la justicia no posee ningún tipo de realidad constante y sólo se presenta como extravagancia, momento de tranquilidad y excepción. Son extraordinarios y escasos los gobernantes que, en complicidad con sus gobernados, han dado lugar a ciertos periodos de justicia en la historia. En general los gobernantes buscan su propia exaltación, el ser admirados y adorados, y por supuesto formar parte del libro de la historia. Es algo triste, acaso cómico, que este libro hoy en día no es leído o se les ofrezca a las sociedades desmemoriadas o refractarias a los sucesos del pasado, sociedades que se conforman con unos cuantos mitos que venerar o adorar con tal de darle a la humanidad algo de maquillaje. Es por ello que conceptos como justicia, libertad, felicidad social, etc... no son más que horizontes que nos sirven de pretexto para construir un progreso interesado y parcial que intenta imponerse al desorden propio de todo aquello que llamamos realidad o mundo. Suelo insistir en la conclusión de Amartya Sen: “Preguntar cómo van las cosas y si se pueden mejorar es una parte ineludible de la búsqueda de la justicia” Yo estoy de acuerdo, se comienza a construir la casa dese las raíces, la humildad, el suelo, es decir a partir de estrategias que todos podamos comprender; no desde las decisiones de una institución bancaria o gubernamental.

Hace unos días presenté un libro mío en el que se tratan los temas anteriores y preferí no convocar a ningún amigo cercano (además de que en general ellos suelen conformarse con tenerte de amigo, no les importa gran cosa el libro o la discusión de ideas). Cuando se hace algo así —invitar a gente conocida— se da lugar al compromiso social y a la “solidaridad” con las amistades del escritor.

Entre los presentadores se encontraba un joven de quince años o menos que no tuvo ningún problema en encontrar las difusas coordenadas del libro. Quiero decir que durante las dos horas en que firmé libros (demasiados ejemplares para alguien que no aparece en televisión) el noventa por ciento de las personas eran desconocidas por mí. Jóvenes en su mayoría, aunque ello no significa algo en especial o definitivo. Me entusiasmé, al menos durante unos días, porque si bien es un libro escrito sencillamente, alude a las ideas de los principales pensadores contemporáneos. R. Rorty pensaba que la relación de todas las cosas es lo propio del lenguaje; tal como Walter Benjamin creía que la filosofía consistía en la relación de todas las cosas que nos contienen y a las que damos existencia a partir de nuestra mente: la mente es la novela por antonomasia. La dispersión de las cosas nos otorga conciencia del caos y nos lleva a edificar órdenes discretos, flexibles, heterogéneos que se enfrenten a los autoritarismos, la locura de los mesías y dictadores, el dogmatismo de cualquier clase. La dispersión es una especie de método flexible, acerca de este modo de pensar propio de Benjamin, uno de sus críticos llegó a decir: “La dispersión temática de W. Benjamin es en realidad un método”. Es la primera vez que aludo a un libro mío desde que he sido albergado en las páginas de EL UNIVERSAL, así que creo no estar abusando de mi columna. El relativismo inteligente es bastante más amplio, benigno y precursor de libertad que el dogmatismo autoritario de la Verdad Única. La tolerancia y la flexibilidad en el juicio me parece más importante que elegir a un nuevo salvador. Si bien se vive una época en la que impera el primitivismo moral al lado del desmesurado progreso tecnológico, es posible que mi joven presentador llegue a ver dentro de algunas décadas una disminución entre ambos extremos. Lo dudo, pero podría darse un milagro.

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