Un día como el que hoy nos cae encima nació Dostoiewski; lo menciono ya que es el único cumpleaños que en verdad celebro y rememoro. Evitaré escribir acerca de Trump y de la decisión de su “pueblo” sabio y visionario (“Dios creó la guerra para que los estadunidenses aprendieran geografía”, escribió Mark Twain hace más de un siglo); las palabras tienen que ahorrarse tanto como los residuos de fortaleza que aún nos sostienen. Cometeré el pecado de auto citarme, ese pecado, ay, recordando que al lado de dos escritores y filósofos escribí un libro en 2018 que entonces se titulaba Desconfianza: naufragio de la democracia, y en el que llamábamos la atención sobre las fisuras que poseía este sistema de gobierno; fisuras que han llegado a hacerse grietas y barrancos. Recuerdo que nuestro gentil editor fue Juan Guillermo López, quien fuera asesinado en el sur de la Ciudad de México. Ya escribió Jean-Jaques Rousseau, en el siglo XVIII “El pueblo quiere indefectiblemente su bien, pero no siempre lo comprende, jamás se corrompe al pueblo, pero a menudo se le engaña, y es entonces cuando parece querer el mal.”
Aludiré a tres libros, entre varios que tengo en mente, y que no forman parte del vals de los halagos mutuos, las relaciones sociales literarias, el besamanos y la estolidez de creer que la literatura de ficción se inclina ante la ideología, la bandera de género, el proyecto juvenil y demás absurdos: eso que bien podría llamarse negociar con la actualidad, a costa de la imaginación y el talento de los escritores. Estos libros a los que me he referido carecen de tal anomalía y sencillamente existen porque tal es su razón e impulso, su condición y voluntad. En su libro, Travesías, Jorge El Biólogo Hernández ha reunido en el libro nombrado un conjunto de relatos vivenciales, crónicas, anécdotas que sólo él es capaz de escribir, ya que no pertenecen a ningún predecible mercado de los símbolos o de las convenciones estéticas: son narraciones vitales, emotivas, personales y eruditas que, desde el entusiasmo narrativo, crean sus propias fronteras y se fortalecen sólo a causa del sencillo hecho de contarlas y disponerlas en palabras. No creo que El Biólogo intente convencer a nadie acerca de las virtudes literarias de su obra, puesto que estas se hacen evidentes desde el momento en que son expresadas: su valor se encuentra en la espontaneidad, en la memoria festiva y en el ritmo de su escritura. Su honestidad narrativa es atractiva, su desorden temático es artístico, su aparente dispersión abre puertas a la imaginación, mas también a la contemplación de una vida que el lector no puede despreciar si es curioso y si le interesan las vicisitudes de la intransigente vida cotidiana.
Un escritor más al que me referiré ahora, Rafael Bulmaro Castillo, ha escrito dos libros Feminismo, y Secta católica y derecho canónico, que ofrecen una muestra —disienta el lector, o no, acerca de los enunciados de su contenido—cuya estructura y estilo me enfrentan a un autor sabio, pícaro y dado a la conversación. En estos ensayos el autor no teme expresar sus opiniones o anatemas acerca de temas controvertidos, y lo hace rebosante de humor y de conversación literaria entre escritores y filósofos, además de que, en estos volúmenes, la gráfica, la caricatura y el collage son fundamentales. Yo he leído sus libros y he gozado de momentos hilarantes y de reflexión en donde la charla mundana y siempre fundamentada es una constante que proporciona gravedad y peso, sin olvidar el temperamento propio del humor negro, así como su férrea crítica y denuncia a los protocolos pervertidos frecuentes en nuestros días.
Finalmente mencionaré Las pulgas de mi perra vida, de Harald Rumpler S. & Harald Rumpler A. Padre e hijo escriben al alimón acerca de las vivencias del primero: de la ebriedad, la locura vivencial y la anécdota de viaje y de lugares antípodas, desde la India, Irán, Túnez, Oaxaca, hasta Nueva York y Graz, Austria, lugar donde nació Rumpler Spanblöchl. Este hombre ha sido un bebedor inteligente y aguerrido, dueño de un par de cantinas en Brasil y México, además de un contador intrépido de sus aventuras y sacrilegios. Memorias, las que menciono, necesarias a raíz de un hecho sencillo: deben de ser contadas para que volvamos a inventar la realidad. No he señalado a las editoriales responsables de estos desacatos, puesto que quien desee acercarse a las obras citadas sabrá dónde buscar. Esta clase de escritos son el fuerte, el basamento, la raíz del impulso y vitalismo literario, más allá de la ridícula gimnasia a la que te lleva la búsqueda de la celebridad.