Pasear o husmear dentro de una librería llega a desembocar en una extensa caminata poblada de accidentes y sorpresas. Quien renuncia a ella tiende a la obesidad y a la auto complacencia. La barriga mental es tan notoria y estorbosa que resulta absolutamente más incómoda que aquella que sostienen nuestras piernas. Para la gordura siempre habrá un espacio, aunque sea modesto; respecto a la otra el problema es más grande: no hay espacio que la contenga, daña a sus vecinos y amenaza convertirse en metástasis. Quisiera pensar que las librerías o galerías de arte son una especie de gimnasios donde uno intenta mantenerse en forma antes de desembocar en la locura o la soledad. A la biblioteca, Jorge Luis Borges la compara en uno de sus famosos relatos con el universo; se imaginaba que un eterno viajero encontraría que ella es infinita y comprobaría a lo largo de los siglos que sus volúmenes se repiten en el mismo desorden que les es esencial. Así también, una librería, por muy modesta que sea, y mientras contenga libros escritos con alguna dignidad estética tiende al infinito, a la espesura de un árbol o al paseo inabarcable cuyo fin no se descubre en el horizonte.

En esta inmensa batalla contra la estupidez que debemos librar todos los días ante la obesidad a la que me he referido, las librerías modestas y los espacios pequeños de exhibición artística libran una especie de guerra de guerrillas, de dispersión inteligente y también de sacrificio económico . Vale la pena detenerse en ellas y ponerse en forma; espacios librescos como El Desastre; La Murciélaga ; La Increíble , o galerías de barrio como Acapulco 62 y El Chopo 63 en Santa María la Ribera, son un limitado ejemplo de mis palabras. Si al lado de las librerías mayores o más dotadas de libros, los estanquillos o quioscos librescos se expanden o multiplican llevarán a cabo si no la extensión del infinito, sí una parada o estación para las letras o el arte. Lo pequeño es hermoso (1973) se titula el libro de E.F Schumacher cuyo contenido se oponía a los monopolios o a los emporios que convertían en hormigas somnolientas e indigentes a sus empleados. Schumacher no se equivocó e incluso su actualidad resulta saludable. Procrear librerías y espacios de reunión, no sólo supeditados a la expansión digital o electrónica podría dar lugar a una batalla de guerrillas en contra de la obesidad mental: una metástasis benigna. Peco de romanticismo, pero creo lo anterior posible.

Todas las personas son filósofas, aunque unas lo sean más que otras, si mal no recuerdo tal es una apreciación de Karl Popper. Sin embargo, es conveniente para la gimnasia reflexiva leer a quienes son filósofos en mayor medida. Concuerdo, con el ensayista, Fernando Escalante Gonzalbo (Nexos; julio; 2022), en el hecho de que un filósofo como Byung-Chul Han, es más bien un pensador popular y panfletario; y que su fama similar a la de un futbolista, no le otorga mayor profundidad. Su superficialidad y deseo de epatar a partir de frases sintéticas que supuestamente describen al mundo actual desde una rebeldía que a mí me parece retórica, ayudan poco a pensar y sí mucho a repetir consignas sin más fundamento que su intento de deslumbrar. Para quienes leímos a Ivan Illich, Barthes, Baudrillard, Lyotard o Foucault, entonces Byung-Chul Han resulta una especie de filósofo trivial y derivativo, pero que, sin embargo puede despertar a la gimnasia reflexiva a la que se refería Popper, sobre todo debido a su celebridad. El hecho de que ser coreano, no significa una diversidad antropológica del pensar, sino más bien simulacro de excentricidad racial de moda. Decía Wittgenstein que la filosofía ayuda a la mosca a salir de la botella. Y yo, que me considero una mosca que ha buscado a toda costa una salida.

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