De alguna manera comenzamos a experimentar la decadencia del cine, ya que a partir de su dictadura contemporánea, está construyendo su ocaso. La literatura, por otra parte, parece cosa del pasado y, en consecuencia, teje un nuevo futuro. Sólo los muertos poseen un futuro. Pese a que la cinematografía (series de televisión, historias filmadas, o como sea que se les llame a los acontecimientos presentados en una pantalla) sea actualmente predominante dado también las novelas escritas suelen relatar historias orientadas al entretenimiento, es decir, mantenernos despiertos aunque sigamos durmiendo.
Dime cómo se entretiene o pasa su tiempo libre una persona y de inmediato me haré una idea acerca de ella. Sin embargo, en el siglo veinte comenzaron a ser comunes las novelas que estimulan el pensamiento, la reflexión y la especulación acerca de la circunstancia vital que envuelve a los seres humanos (Broch, Musil, Sartre, Walser, Vila-Matas, y tantos otros). El primer cuarto del siglo veinte se encuentra a punto de terminar y aquella novela que nos relata una historia con el fin de entretenernos, podría pecar de ingenuidad o de ser mera mercadotecnia.
Son escasas las personas que leen en estos días y, además, hay una proliferación excesiva de libros de ficción literaria que alimenta y desborda el mercado intelectual. La porquería que acumulan los y las escritoras analfabetas no cabría ni en los tiraderos de Tulyehualco. Es, a raíz de ello, que personalmente prefiero las novelas que se entrelazan con la historia, la filosofía, la ciencia, etcétera. Ahora, que he venido a Oaxaca (al bello y elegante pueblo que me alberga: Teotitlán del Valle) para presentar el libro titulado Orfandad (Random House; 2024), de la escritora Karina Sosa, he vuelto a hacerme la persistente pregunta fundamental; ¿para qué sirven las novelas? ¿Para entretenernos antes de que llegue la muerte? En la novela de Sosa se entremezcla la intimidad, la curiosidad y el sufrimiento de una joven que observa la epopeya de su padre y cuyos ideales la afectan (me refiero al movimiento de la APPO en Oaxaca en el año 2006).
Karina no es una historiadora, ni una científica social; intenta narrarnos o transmitirnos su legítima experiencia, pero al mismo tiempo se ocupa de una historia vivida y que forma parte ya de la memoria colectiva (sea lo que esto signifique) de Oaxaca, su estado natal. En el ensayo Las novelas que piensan (El telón; Tusquets, 2005), Milan Kundera escribe: “¿no exige el arte de la novela, con su sentido de relatividad de las verdades humanas, que la opinión del autor quede oculta y que toda reflexión sea del uso exclusivo del lector? Integrar en la novela una reflexión intelectualmente exigente y convertirla, de manera tan bella y musical, en parte indisociable de la composición, es una de las innovaciones más ambiciosas a las que un novelista se haya atrevido en la época del arte moderno.”
Hoy esta pregunta trascendental ha perdido algo de sustancia. El escritor o escritora también narra y se entrega a la literatura como si fuera un reo o una víctima de lo que tiene que ser. El lector, el que interpreta o se conmueve es una ficción del escritor, una invención, un berrinche metafísico. La novela de Sosa alude a la historia, más que al mito, pero su sufrimiento, dolor o experiencia íntima se la entrega a la literatura. Quiero añadir —y en seguida guardo silencio—, que no obstante que la educación y la cultura han perdido importancia en estas décadas y años recientes poniéndose de rodillas ante la inteligencia artificial utilizada, en tantos casos, por la corrupción política y la delincuencia empresarial, las novelas que piensan pueden auxiliar a los seres humanos a construir una sociedad menos ruin e injusta.